LECTURA
DIARIA:
Daniel
capítulo 3
Aunque
la providencia de Dios había establecido a Nabucodonosor como el gobernante más
poderoso de aquella época, y le había concedido grandes privilegios, Dios no
pretendía que los hebreos le rindieran culto a él o a su dios. La estatua de
oro puede que haya sido una efigie de Nabucodonosor o de Bel, su ídolo o
dios-demonio principal.
De todas maneras, los cuatro jóvenes hebreos fueron
confrontados con el primer gran reto al compromiso que habían establecido con
Dios desde su promoción a dignatarios del reino.
En
la cultura religiosa de Babilonia se adoraban estatuas. Nabucodonosor esperaba
que la adoración de esta estatua gigantesca (treinta metros de alto y tres de
ancho) uniera a la nación y solidificara su poder. Esta estatua de oro pudo
haber estado inspirada por su sueño. Sin embargo, en vez de tener sólo la
cabeza de oro, era de oro desde la cabeza hasta los dedos de los pies.
Nabucodonosor quería que su reino durara para siempre. Al hacer la estatua,
demostró que su devoción por el Dios de Daniel no le había durado mucho. Ni
temía ni obedecía al Dios que le había enviado el sueño.
Ante
el firme rechazo de los jóvenes hebreos a postrarse ante la imagen les
impusieron que inmediatamente serian echados dentro de un horno de fuego
ardiendo.
El
horno en cuestión no era un horno pequeño de los que se usan para cocinar o
para calentar una casa. Era un enorme horno industrial que quizás se utilizaba
para hornear ladrillos o fundir metales. La temperatura era tan alta que nadie
podía sobrevivir a su calor. Sus devoradoras llamas se desbordaron por las
aberturas y mataron a los soldados que se acercaron horno.
Daniel
y sus amigos estaban determinados a nunca adorar a otro dios y valientemente se
mantuvieron firmes. Por eso los condenaron a muerte. No sabían que serían
librados del fuego; lo único que sabían era que no iban a inclinarse ante
ningún ídolo.
Sadrac,
Mesac y Abed-nego fueron presionados para negar a Dios, pero decidieron ser
fieles ¡a cualquier precio! Confiaron en que Dios los libraría, pero estaban
determinados a ser fieles a pesar de las consecuencias.
Una
vez en el horno, el cual habían calentado siete veces más de lo acostumbrado,
fueron echados los tres jóvenes. Pero ante el asombro del rey Nabucodonosor,
una vez adentro, vió un cuarto hombre.
Dios
envió a un visitante celestial para que acompañara a estos hombres fieles
durante su momento de gran prueba.
Los
jóvenes salieron ilesos del horno y Nabucodonosor reconoció que la salvación de
los hebreos había sido obra de Dios.
Ni
el fuego ni el calor los tocó. No se encontró ninguna quemadura en ellos, ¡y ni
siquiera olían a humo! Sólo la soga que los ataba se había quemado.
Nabucodonosor
reconoció que Dios es poderoso y ordenó a su pueblo que no hablara contra Él.
No les dijo que debían deshacerse de los demás dioses, sino que debían añadir
éste a la lista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario