miércoles, 23 de enero de 2019

Leyendo... Mateo capítulo 16



LECTURA DIARIA:
Mateo capítulo 16

Los fariseos y saduceos eran líderes religiosos judíos de dos diferentes partidos y sus puntos de vista eran diametralmente opuestos en muchos aspectos.
Los fariseos seguían con cuidado sus normas y tradiciones religiosas, creyendo que ese era el camino a Dios. También creían en la autoridad de todas las Escrituras y en la resurrección. Los saduceos sólo aceptaban los libros de Moisés como Escrituras y no creían en la vida después de la muerte. En Jesús, sin embargo, los dos grupos tenían un enemigo común y unieron fuerzas para darle muerte.
Los fariseos y saduceos demandaban señales en el cielo. Intentaban explicar los milagros de Jesús como experta manipulación, casualidad o uso de poderes malignos, pero creían que sólo Dios podría hacer señales en los cielos. Estaban seguros que esa sería una proeza que Jesús no podría realizar. A pesar de que Jesús pudo impresionarlos con facilidad, no quiso hacerlo. Sabía que ni un milagro en el cielo lograría convencerlos de que era el Mesías. Ya de antemano habían decidido no creer en El.
En respuesta a la demanda de una señal del cielo, alguna acción milagrosa que probara su autoridad divina, Jesús respondió que no le será dada, sino la señal de Jonás. La señal de Jonás se explica como referencia a los días y noches que Cristo pasó en la tumba.
Jesús había sanado, resucitado personas y alimentado a miles, y todavía demandaban que probara su identidad.
La levadura se usa para hacer crecer la masa de pan. Con sólo una pequeña cantidad de la misma se leuda la totalidad de la masa. Jesús usó la levadura como ejemplo de cómo una pequeña cantidad de maldad puede afectar a una multitud. Las enseñanzas erróneas de los fariseos y saduceos desviaban a muchas personas.
Jesús y sus discípulos fueron a Cesarea de Filipo donde Pedro confesó que Jesús era el Mesías y el Hijo de Dios.
Los discípulos contestaron la pregunta de Jesús desde el punto de vista común de la gente: que Jesús era uno de los grandes profetas que había resucitado.
Pedro, sin embargo, confesó que Jesús era divino y el prometido y tan esperado Mesías.
Así como Pedro había revelado la verdadera identidad de Cristo, Jesús revelaba la identidad y el rol de Pedro. Pedro más tarde recuerda a los cristianos que son la Iglesia construida sobre el fundamento de los apóstoles y profetas con Jesucristo como la piedra angular (1Pedro 2.4-6).
Jesús pidió a los discípulos que no dieran a conocer la confesión de Pedro, porque estos no habían entendido por completo el tipo de Mesías que era. Jesús no era un paladín militar, sino un siervo sufriente. Primero debían tener un pleno conocimiento de Jesús y de su misión como discípulos antes de darlo a conocer a otros en una manera que no originara una rebelión. Les iba a estar costando muchísimo trabajo entender la razón de su venida hasta que su misión terrenal terminara.
Los discípulos no captaron el verdadero propósito de Jesús por causa de las ideas preconcebidas que tenían del Mesías.
Esta es la primera de tres veces en que Jesús predijo su muerte Los discípulos enfrentarían el mismo sufrimiento de su Rey y, como El, serían premiados al final. Pedro, amigo de Jesús y seguidor devoto, el que acababa de proclamar en forma elocuente su identidad verdadera, procuró protegerlo del sufrimiento que profetizó. Pero si Jesús no hubiese sufrido y muerto, Pedro (y nosotros) hubiese muerto en sus pecados. El mismo mensaje que Jesús oyó en las tentaciones del desierto (que no tendría que morir, lo escucha ahora de Pedro. Este acababa de reconocer a Jesús como el Mesías; ahora, sin embargo, desecha la perspectiva de Dios y evalúa la situación desde el aspecto humano. Satanás siempre intenta que pongamos a Dios a un lado. Jesús reprendió a Pedro por esta actitud.  
Cuando Jesús usó esta figura de sus seguidores, "tome su cruz, y sígame", los discípulos sabían lo que significaba. La crucifixión era un método romano común de ejecución y los criminales condenados tenían que llevar su cruz por las calles rumbo al sitio donde cumplían su sentencia. Seguir a Jesús, por lo tanto, implica una entrega verdadera, con riesgo de muerte y sin posibilidad de retroceso. La posibilidad de perder la vida era muy real tanto para los discípulos como para Jesús.

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