lunes, 1 de julio de 2019

Leyendo... Gálatas capítulo 5



LECTURA DIARIA:
Gálatas capítulo 5

Cristo murió para libertarnos del pecado y de una lista interminable de leyes y regulaciones. Cristo vino para liberarnos, no para hacer lo que queramos, lo que nos llevaría nuevamente a la esclavitud de nuestros deseos egoístas.
Gracias a Cristo, somos libres y ahora estamos en condiciones de hacer lo que antes era imposible: vivir libre del egoísmo. Aquellos que apelan a su libertad para hacer lo que gusten o ser indulgentes con sus deseos, están cayendo en las garras del pecado.
Procurar ser salvos por guardar la ley y ser salvos por gracia son dos formas diferentes de acceso. La provisión de Cristo para nuestra salvación no servirá de nada si procuramos salvarnos a nosotros mismos.
La circuncisión era un símbolo que indicaba el origen adecuado y que se hacía todo lo que la religión requiere.
Somos salvos por la fe, no por las obras. Por lo tanto, el amor por otros y por Dios son la respuesta de aquellos que han sido perdonados. El perdón de Dios es completo y Jesús dice que aquellos que han sido perdonados mucho amarán mucho más.
La persecución probó que Pablo estaba predicando el evangelio. Si él hubiera predicado lo que los falsos maestros predicaban, nadie se hubiera sentido ofendido; pero como él enseñó la verdad, fue perseguido tanto por judíos como por los judaizantes.
Pablo hizo una distinción entre la libertad para pecar y libertad para servir. La libertad para pecar no es libertad, porque nos esclaviza a satanás, a otros o a nuestra propia naturaleza pecaminosa. Los cristianos, por el contrario, no debieran ser esclavos del pecado porque tienen la libertad para hacer lo correcto y glorificar a Dios por medio del servicio amoroso a otros.
Cuando la motivación no es el amor, nos convertimos en críticos de otros. Muy pronto la unidad de los creyentes se rompe.
El ser guiado por el Espíritu Santo involucra el deseo de oír, predisposición para obedecer y la sensibilidad para discernir entre sus sentimientos y su diligencia para actuar. Si el Espíritu Santo guía y controla la vida cada día. Luego las palabras de Cristo estarán en la mente, el amor de Cristo estará en las acciones y el poder de Cristo  ayudará a controlar los deseos egoístas.  Pablo describe las dos fuerzas conflictivas en nosotros: el Espíritu Santo y la naturaleza pecaminosa.
Pablo no dice que estas fuerzas sean iguales. El Espíritu Santo es mucho más fuerte, pero si nosotros dependemos de nuestra propia sabiduría tomaremos decisiones equivocadas. Si tratamos de seguir al Espíritu Santo en nuestro propio esfuerzo humano, fallaremos. Nuestra única vía a la libertad de nuestros deseos naturales hacia el mal es por medio del poder del Espíritu Santo.
Todos tenemos deseos naturales hacia el mal y no los podemos ignorar. El ignorar nuestros pecados o rehusar enfrentarlos revela que no hemos recibido el don del Espíritu que guía y transforma nuestra vida.
El fruto del Espíritu es la obra espontánea del Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu produce estos rasgos del carácter que se encuentran en la naturaleza de Cristo. Ellos son el producto del control de Cristo, no podemos obtenerlo por tratar de llevarlos sin su ayuda.
El resultado será que cumpliremos con el propósito proyectado de la ley: amar a Dios y al prójimo. Una vida llena del Espíritu estará en armonía perfecta con la intención de la ley de Dios. Una persona que abunda con el fruto del Espíritu cumple la ley mucho mejor que una persona que observa los rituales y que tiene muy poco amor en su corazón.
Como cristianos todavía tenemos la capacidad para pecar pero hemos sido liberados del poder del pecado y no debemos dejarnos dominar por él. Cada día debemos entregarle nuestras tendencias pecaminosas a Dios y a su control, clavándolas en la cruz de Cristo, y momento a momento aspirar el poder del Espíritu para sobreponernos a ellas.
Dios está interesado en cada parte de nuestras vidas, no sólo espiritual. Al vivir por el poder del Espíritu Santo, debemos rendir cada aspecto de nuestra vida a Dios: emocional, física, social, intelectual, vocacional.
Por ser hijos e hijas de Dios, tenemos su Espíritu Santo como la garantía amorosa de su aprobación.

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