LECTURA
DIARIA:
Gálatas
capítulo 5
Cristo
murió para libertarnos del pecado y de una lista interminable de leyes y
regulaciones. Cristo vino para liberarnos, no para hacer lo que queramos, lo
que nos llevaría nuevamente a la esclavitud de nuestros deseos egoístas.
Gracias
a Cristo, somos libres y ahora estamos en condiciones de hacer lo que antes era
imposible: vivir libre del egoísmo. Aquellos que apelan a su libertad para
hacer lo que gusten o ser indulgentes con sus deseos, están cayendo en las
garras del pecado.
Procurar
ser salvos por guardar la ley y ser salvos por gracia son dos formas diferentes
de acceso. La provisión de Cristo para nuestra salvación no servirá de nada si
procuramos salvarnos a nosotros mismos.
La
circuncisión era un símbolo que indicaba el origen adecuado y que se hacía todo
lo que la religión requiere.
Somos
salvos por la fe, no por las obras. Por lo tanto, el amor por otros y por Dios
son la respuesta de aquellos que han sido perdonados. El perdón de Dios es
completo y Jesús dice que aquellos que han sido perdonados mucho amarán mucho
más.
La
persecución probó que Pablo estaba predicando el evangelio. Si él hubiera
predicado lo que los falsos maestros predicaban, nadie se hubiera sentido
ofendido; pero como él enseñó la verdad, fue perseguido tanto por judíos como
por los judaizantes.
Pablo
hizo una distinción entre la libertad para pecar y libertad para servir. La
libertad para pecar no es libertad, porque nos esclaviza a satanás, a otros o a
nuestra propia naturaleza pecaminosa. Los cristianos, por el contrario, no
debieran ser esclavos del pecado porque tienen la libertad para hacer lo
correcto y glorificar a Dios por medio del servicio amoroso a otros.
Cuando
la motivación no es el amor, nos convertimos en críticos de otros. Muy pronto
la unidad de los creyentes se rompe.
El
ser guiado por el Espíritu Santo involucra el deseo de oír, predisposición para
obedecer y la sensibilidad para discernir entre sus sentimientos y su
diligencia para actuar. Si el Espíritu Santo guía y controla la vida cada día.
Luego las palabras de Cristo estarán en la mente, el amor de Cristo estará en
las acciones y el poder de Cristo
ayudará a controlar los deseos egoístas. Pablo describe las dos fuerzas conflictivas en
nosotros: el Espíritu Santo y la naturaleza pecaminosa.
Pablo
no dice que estas fuerzas sean iguales. El Espíritu Santo es mucho más fuerte,
pero si nosotros dependemos de nuestra propia sabiduría tomaremos decisiones
equivocadas. Si tratamos de seguir al Espíritu Santo en nuestro propio esfuerzo
humano, fallaremos. Nuestra única vía a la libertad de nuestros deseos
naturales hacia el mal es por medio del poder del Espíritu Santo.
Todos
tenemos deseos naturales hacia el mal y no los podemos ignorar. El ignorar
nuestros pecados o rehusar enfrentarlos revela que no hemos recibido el don del
Espíritu que guía y transforma nuestra vida.
El
fruto del Espíritu es la obra espontánea del Espíritu Santo en nosotros. El
Espíritu produce estos rasgos del carácter que se encuentran en la naturaleza
de Cristo. Ellos son el producto del control de Cristo, no podemos obtenerlo
por tratar de llevarlos sin su ayuda.
El
resultado será que cumpliremos con el propósito proyectado de la ley: amar a
Dios y al prójimo. Una vida llena del Espíritu estará en armonía perfecta con
la intención de la ley de Dios. Una persona que abunda con el fruto del
Espíritu cumple la ley mucho mejor que una persona que observa los rituales y
que tiene muy poco amor en su corazón.
Como
cristianos todavía tenemos la capacidad para pecar pero hemos sido liberados
del poder del pecado y no debemos dejarnos dominar por él. Cada día debemos
entregarle nuestras tendencias pecaminosas a Dios y a su control, clavándolas
en la cruz de Cristo, y momento a momento aspirar el poder del Espíritu para
sobreponernos a ellas.
Dios
está interesado en cada parte de nuestras vidas, no sólo espiritual. Al vivir
por el poder del Espíritu Santo, debemos rendir cada aspecto de nuestra vida a
Dios: emocional, física, social, intelectual, vocacional.
Por
ser hijos e hijas de Dios, tenemos su Espíritu Santo como la garantía amorosa
de su aprobación.
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