LECTURA
DIARIA:
Efesios
capítulo 2
El
hecho de que todas las personas, sin excepción, cometemos pecado prueba que
tenemos la misma naturaleza pecaminosa.
Estamos perdidos en pecado y no podemos
salvarnos por nuestra cuenta. Solo al unir nuestras vidas a la vida perfecta de
Cristo podemos llegar a ser buenos ante los ojos de Dios.
Pablo
se ocupa de nuestra antigua naturaleza pecaminosa, y aquí Pablo enfatiza que ya
no necesitamos vivir bajo el poder del pecado. Cristo destruyó en la cruz la
paga del pecado y su poder sobre nuestras vidas. La fe en Cristo nos declara
absueltos o "no culpables" delante de Dios.
Debido
a la resurrección de Cristo, sabemos que nuestros cuerpos también resucitarán y
que ya se nos ha dado el poder para vivir ahora la vida cristiana. Estas ideas
se hallan combinadas en la imagen de Pablo cuando habla de estar sentado con
Cristo en "lugares celestiales".
Muchos
cristianos, aun después de habérseles dado la salvación, se sienten obligados a
hacer algo para llegar hasta Dios. Debido a que nuestra salvación e incluso nuestra
fe son regalos, debiéramos responder con gratitud, alabanza y regocijo.
Llegamos
a ser cristianos mediante el don inmerecido de Dios, no como el resultado de
algún esfuerzo, habilidad, elección sabia o acto de servicio a otros de nuestra
parte. Sin embargo, como gratitud por este regalo, buscamos servir y ayudar a
otros con cariño, amor y misericordia y no simplemente para agradarnos a
nosotros mismos.
Tanto
judíos como gentiles pueden ser culpables de orgullo espiritual. Los judíos por
pensar que su fe y tradiciones tenían la virtud de elevarlos por encima de
cualquiera, los gentiles por confiar en sus logros, poder y posición. El
orgullo espiritual impide que veamos nuestras faltas y agranda las de los
demás.
Antes
de la venida de Cristo, los gentiles y judíos se mantenían alejados entre sí.
Los judíos consideraban que los gentiles estaban muy alejados del poder
salvador de Dios y por lo tanto sin esperanza. Los gentiles se sintieron
ofendidos por las declaraciones de los judíos. Cristo revela la pecaminosidad
total, tanto de judíos como de gentiles, y a continuación ofrece su salvación
por igual para ambos. Solo Cristo derriba las paredes de los prejuicios,
reconcilia a todos los creyentes con Dios y nos unifica en un cuerpo.
Cristo
derribó las paredes que las personas levantaron entre ellas. Debido a que esas
paredes se derribaron, podemos disfrutar de una verdadera unidad con personas
que no son como nosotros. Esto es lo que llamamos verdadera reconciliación.
Gracias a la muerte de Cristo, todos somos parte de una sola familia.
El
Espíritu Santo nos ayuda a mirar más allá de las barreras, a la unidad para la
que hemos sido llamados a disfrutar.
Muchas
veces, al edificio de una iglesia se le llama la casa de Dios. En realidad, la
casa de Dios no es un edificio sino un grupo de personas. Él vive en nosotros y
a través de nosotros se da a conocer al mundo. La gente puede ver que Dios es
amor y que Jesús es Señor cuando vivimos en armonía con otros y de acuerdo con
lo que Dios dice en su Palabra. Somos ciudadanos del Reino de Dios y miembros
de su familia.
La Iglesia
no es un edificio levantado sobre ideas modernas, sino sobre la herencia
espiritual que se nos ha dado por los primeros apóstoles y profetas de la
iglesia cristiana.
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