TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y
lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me
amó y se entregó a sí mismo por mí.”
Gálatas 2. 20
Este
pasaje podría ser, tranquilamente, la definición de lo que significa “gracia”
para todos los que creemos y confesamos a Cristo como salvador.
¿Cómo
podría nuestra humanidad plagada de imperfecciones y contradicciones acceder a
un Dios santo, santo, santo? ¿Podemos acaso subsanar el pecado que mora en
nosotros con “Buenas Obras”?
La
respuesta es un rotundo ¡NO! Necesitamos de la “gracia” que proviene de Cristo.
Nadie
consigue estar bien con Dios sólo por actos de obediencia o por obras en la
carne, es necesario vivir muriendo al yo.
Esto
es lo que Pablo está tratando de enseñar, somos llamados a vivir para Él,
muriendo a nuestras obras humanas y carnales.
Poder
experimentar en nuestra vida diaria la crucifixión de Cristo. Su crucifixión
fue consciente, voluntaria, sufrida y humillante, pero victoriosa y gozosa.
El
mayor acto de amor del Padre es permitirnos estar juntamente crucificados con
su hijo. Es vivir muriendo junto a Él.
Vivir
muriendo a las pasiones desordenadas, vivir muriendo al orgullo, vivir muriendo
al egoísmo ambicioso, vivir muriendo a la incredulidad vestida de lógica, vivir
muriendo a la autosuficiencia vestida de fortaleza.
Por
todo esto y más, no somos aptos, ni suficientes para permanecer delante del
Padre. Pero cuando la Ley nos mató… Jesucristo nos resucitó en Su
gracia.
Esto
es un privilegio irrevocable, un perdón que no se marchita, una fe que sostiene
y una muestra de amor eterno. ¡Ya no vivimos nosotros! Sino que vivimos por y
para ÉL.
Dios
les bendiga abundantemente.
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