LECTURA
DIARIA:
2
Corintios capítulo 5
Pablo
contrasta nuestros cuerpos terrenales ("morada terrestre") y nuestra
resurrección futura del cuerpo ("un edificio, una casa no hecha de manos,
eterna, en los cielos").
Pablo afirma con claridad que nuestros cuerpos
mortales nos hacen gemir, pero cuando muramos no seremos espíritus sin cuerpo
("seremos hallados vestidos, no desnudos"). Tendremos nuevos cuerpos
que serán perfectos para nuestra vida eterna. Pablo escribió esto porque la
iglesia de Corinto estaba en el corazón de la cultura griega y muchos creyentes
tenían dificultad con el concepto de la resurrección del cuerpo. Los griegos no
creían en la resurrección corporal. La mayoría consideraba la vida venidera
como algo relacionado sólo con el alma, la persona real, presa en un cuerpo
físico. Creían que al morir el alma quedaba libre, no había inmortalidad para
el cuerpo, en cambio el alma entraba en un estado eterno. Pero la Biblia enseña
que el cuerpo y el alma finalmente son inseparables.
Las
Escrituras no dan muchos detalles en relación de cómo serán nuestros cuerpos
resucitados, pero lo que sí sabemos es que serán perfectos, sin enfermedades, o
dolor.
El
Espíritu Santo en nosotros es nuestra garantía de lo que Dios nos tiene
reservado, un cuerpo revestido y eterno, que nos dará al resucitar.
Pablo
no temía morir porque estaba seguro de que pasaría la eternidad con Cristo.
Para
aquellos que creen en Cristo, la muerte sólo es el preludio a una vida eterna
con Dios.
La
vida eterna es un don gratuito basado en la gracia de Dios, pero cada uno de
nosotros será juzgado por Cristo. Este juicio nos recompensará por la forma en
que hayamos vivido. El don de la gracia de Dios en la salvación no nos libra de
la fiel obediencia. Todos los cristianos deben rendir cuentas por la forma en
que vivieron.
"Los
que se glorían en las apariencias y no en el corazón" son los falsos
maestros, los que se preocupaban sólo por salir airosos en este mundo.
Predicaban el evangelio por dinero y popularidad, mientras que Pablo y sus
colaboradores predicaban preocupados en la eternidad.
Todo
lo que Pablo y sus colaboradores hicieron fue para honrar a Dios. El amor de Cristo
controlaba sus vidas.
Como
Cristo murió por nosotros, nosotros también debemos morir a nuestra vieja vida.
Como Pablo, no debemos vivir más para agradarnos a nosotros mismos, debemos
usar nuestra vida agradando a Cristo, el que murió por nosotros y resucitó del
sepulcro. Los cristianos son nuevas criaturas desde su interior. El Espíritu
Santo les da vida nueva y ya no serán los mismos jamás. No hemos sido
reformados, rehabilitados o reeducados; somos una nueva creación, viviendo en
unión vital con Cristo. Convertirnos no es meramente dar la vuelta a una hoja
nueva, sino empezar una vida nueva bajo un nuevo Maestro.
Dios
nos reconcilia, borra nuestros pecados y nos hace justos. Dejamos de ser
enemigos, extraños o extranjeros para Dios, cuando confiamos en Cristo.
Al
reconciliarnos con Dios, tenemos el privilegio de animar a otros para que hagan
lo mismo, y de esa manera somos aquellos que tienen "el ministerio de la
reconciliación".
Un
embajador es un representante oficial de un país en otro. Como creyentes, somos
embajadores de Cristo, enviados con su mensaje de reconciliación al mundo. El
embajador de reconciliación tiene una responsabilidad muy importante. No
debemos cumplir esta responsabilidad en forma liviana.
Dios
ofrece cambiar su justicia por nuestro pecado, algo de valor inmensurable por
algo que no vale nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario