TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Porque el mismo Dios que mandó que la luz
brotara de la oscuridad, es el que ha hecho brotar su luz en nuestro corazón,
para que podamos iluminar a otros, dándoles a conocer la gloria de Dios que
brilla en la cara de Jesucristo.
Pero
esta riqueza la tenemos en nuestro cuerpo, que es como una olla de barro, para
mostrar que ese poder tan grande viene de Dios y no de nosotros. Así,
aunque llenos de problemas, no estamos sin salida; tenemos preocupaciones, pero
no nos desesperamos. Nos persiguen, pero no estamos abandonados; nos
derriban, pero no nos destruyen. Dondequiera que vamos, llevamos siempre en
nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se muestre en
nosotros”. 2 Corintios 4. 6 – 10
Este
pasaje habla de un tesoro. Dice que llevamos en nuestro interior un tesoro. Ese
tesoro no es otra cosa que la luz que brilla en el rostro de Jesús: la gloria
de Dios.
Sí,
llevamos adentro de nosotros la gloria de Dios. ¿Cómo se produce esto? Bueno,
Dios mismo enciende esa luz en nosotros. Como afirma Pablo, así como Dios
ordenó que se hiciera la luz en el mundo, ordena que se haga la luz en nuestros
corazones, y así ocurre: "Y dijo Dios: '¡Que exista la luz!' Y la luz
llegó a existir" (Génesis 1.3).
Pero para que podamos tener acceso a esa luz, es necesario que ocurra algo primero. Es necesario que veamos primero esa gloria de Dios. Que a través de la fe nos apropiemos de esa gloria.
Pero para que podamos tener acceso a esa luz, es necesario que ocurra algo primero. Es necesario que veamos primero esa gloria de Dios. Que a través de la fe nos apropiemos de esa gloria.
La
fe, el paso de creer en Jesús, en que él es la verdadera y definitiva provisión
de Dios para el hombre, a creer, es lo que abre la puerta de nuestro corazón.
Es el interruptor de esa luz. "Cada vez que alguien se vuelve al Señor, el
velo es quitado" (2
Corintios 3.16).
Para poder tener este tesoro, esta gracia que nos salva, que nos reconstruye,
que nos consuela; para poder, en definitiva, ser libres, necesitamos ver lo
invisible. Y para poder compartir nuestra fe con otros, necesitamos mostrar lo
invisible.
Este
es el tesoro de Dios, que llevamos en nuestro interior. Llevamos con nosotros
todo el tiempo esta gloria, esta luz de Cristo, que resplandece en medio de la
oscuridad causada por la ceguera. Incluso los que todavía están ciegos pueden
ver esa luz, y entonces pueden creer y recuperar también la vista.
Por
eso dice Pablo que "hemos renunciado a todo lo vergonzoso que se hace a
escondidas" (2 Corintios 4.2), y que "si nuestro evangelio está
encubierto, lo está para los que se pierden" (2 Corintios 4.3), o sea, los
que no encuentran esta luz, porque siguen mirando sin mediación de la fe.
Porque
para los que se atreven a creer, el evangelio, esta gloria de Cristo, este
tesoro de Dios, está perfectamente a la vista. Se refleja en cada cosa que
hacemos, en cada cosa que decimos.
Dios
les bendiga abundantemente.
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