TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Aunque
la carta que les escribí los entristeció, no lo lamento ahora. Y si antes lo
lamenté viendo que esa carta los había entristecido por un poco de
tiempo, ahora me alegro; no por la tristeza que les causó, sino porque esa
tristeza los hizo volverse a Dios.
Fue una tristeza según la voluntad de Dios,
así que nosotros no les causamos ningún daño; pues la tristeza según la
voluntad de Dios conduce a una conversión que da por resultado la salvación, y
no hay nada que lamentar. Pero la tristeza del mundo produce la muerte. Su
tristeza, que fue según la voluntad de Dios, ¡miren qué resultados ha dado! Los
hizo tomar en serio el asunto y defenderme; los hizo enojar, y también sentir
miedo. Después tuvieron deseos de verme, sintieron celos por mí y castigaron al
culpable. Con todo lo cual han demostrado ustedes que no tuvieron nada que ver
en este asunto. Así pues, cuando les escribí aquella carta, no lo hice
pensando en el ofensor ni en la persona ofendida, sino más bien para que se
viera delante de Dios la preocupación que ustedes tienen por
nosotros. Esto ha sido para nosotros un consuelo”. 2 Corintios 7. 8 – 13.
Hoy
existe en la sociedad un consenso generalizado de que tanto la culpa como la
tristeza son cosas malas en sí mismas. Esto es un error. Hay dos tipos de
culpas, dos tipos de tristezas.
Uno
de estos tipos, en ambos casos, es patológico. Este primer tipo nos lleva a
castigarnos a nosotros mismos, a reprimirnos, a achicarnos y desvalorizarnos
como personas.
El
segundo tipo de tristeza, o de culpa, es el que nos lleva a reflexionar, a
meditar sobre nuestros actos o sobre lo que pasó.
Este tipo de tristeza, dice Pablo, no sólo no es malo, sino que es muy bueno. Y lo es porque el arrepentimiento, el reconocimiento de nuestras propias faltas, de nuestro estado incompleto, de nuestra imperfección, es una señal de que tenemos en nosotros este "temor" del que habla el pasaje. Esta reverencia profunda por Dios, que nos lleva a querer hacer las cosas cómo Él nos pide, y nos lo hace vivir como una meta personal, tanto que nos entristece si fallamos.
Lo bueno de la tristeza que proviene de Dios, es que Dios mismo nos consuela. Y el consuelo de Dios transforma. Eso es, lo que Pablo está mostrando de los corintios: "Fíjense lo que ha producido en ustedes esta tristeza que proviene de Dios: ¡qué empeño, qué afán por disculparse, qué indignación, qué temor, qué anhelo, qué preocupación, qué disposición para ver que se haga justicia! En todo han demostrado su inocencia en este asunto" (7.11). Evidentemente, estas cosas no estaban en ellos antes de que experimentaran esa tristeza.
Entonces, el arrepentimiento es la base del temor de Dios, y el temor de Dios la base del crecimiento como personas integrales.
Este tipo de tristeza, dice Pablo, no sólo no es malo, sino que es muy bueno. Y lo es porque el arrepentimiento, el reconocimiento de nuestras propias faltas, de nuestro estado incompleto, de nuestra imperfección, es una señal de que tenemos en nosotros este "temor" del que habla el pasaje. Esta reverencia profunda por Dios, que nos lleva a querer hacer las cosas cómo Él nos pide, y nos lo hace vivir como una meta personal, tanto que nos entristece si fallamos.
Lo bueno de la tristeza que proviene de Dios, es que Dios mismo nos consuela. Y el consuelo de Dios transforma. Eso es, lo que Pablo está mostrando de los corintios: "Fíjense lo que ha producido en ustedes esta tristeza que proviene de Dios: ¡qué empeño, qué afán por disculparse, qué indignación, qué temor, qué anhelo, qué preocupación, qué disposición para ver que se haga justicia! En todo han demostrado su inocencia en este asunto" (7.11). Evidentemente, estas cosas no estaban en ellos antes de que experimentaran esa tristeza.
Entonces, el arrepentimiento es la base del temor de Dios, y el temor de Dios la base del crecimiento como personas integrales.
Porque
el mensaje que Dios nos propone es integral: abarca todo nuestro ser, cuerpo,
mente y espíritu, nos dirían los griegos clásicos. Y por eso, este crecimiento
es la base de una comunidad de creyentes que crece, individual y
colectivamente.
Dios
les bendiga abundantemente.
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