lunes, 11 de febrero de 2019

Tiempo... Marcos 6. 45 - 52



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Después de esto, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca para que cruzaran el lago antes que él, en dirección a Betsaida, mientras él despedía a la gente.
 Y cuando la hubo despedido, se fue al cerro a orar. Al llegar la noche, la barca ya estaba en medio del lago. Jesús, que se había quedado solo en tierra, vio que remaban con dificultad, porque tenían el viento en contra. A la madrugada, fue Jesús hacia ellos caminando sobre el agua, y ya iba a pasar junto a ellos. Cuando lo vieron andar sobre el agua, pensaron que era un fantasma, y gritaron; porque todos lo vieron y se asustaron. Pero en seguida él les habló, diciéndoles: ¡Calma! ¡Soy yo: no tengan miedo! Subió a la barca, y se calmó el viento; y ellos se quedaron muy asombrados, porque no habían entendido el milagro de los panes, pues tenían el entendimiento oscurecido”.
Marcos 6. 45 – 52

¿Por qué tenemos tantos temores? Incluso los más valientes pasan por ocasiones de inseguridad y angustia. Pero Dios quiere que sepamos que el temor viene de un concepto imperfecto de su amor.
Pensemos cuando los discípulos se llenaron de pánico en medio de la tormenta marina. Viendo que luchaban contra el oleaje, el Señor se acercó caminando sobre el agua; pero en lugar de llenarse de alegría, los Doce se sintieron aterrorizados. Claramente, no habían entendido quién era Jesús y creían que veían un fantasma.
Nosotros también tenemos temores. ¿Cómo reaccionamos cuando nos vemos frente a la posibilidad de sufrir dolor, en peligro de muerte o ante una pobreza repentina, la pérdida de seres queridos o el fracaso en nuestros planes?
¡Y cuántos temen incluso, en lo profundo de su ser, que Dios deje de amarlos por los pecados cometidos y por sus debilidades!
La raíz de muchos de estos temores son las ideas mundanas que atribuyen más valor a lo que cada uno logra realizar que al carácter o la integridad de lo que uno es en Cristo.
Al contrario de esta filosofía del mundo, el Espíritu Santo procura fortalecer nuestra fe y darnos a conocer el asombroso y perfecto amor de Dios.
En el Señor estamos seguros y no tenemos nada que temer. El Padre nos ha dado a su Hijo Jesús para nuestra salvación eterna (1 Juan 4: 14), y él permanece en nuestro ser mediante el Espíritu Santo, comunicándonos confianza, alegría y fortaleza frente a las luchas de la vida diaria.
Cuando nos asalte el temor, recordemos que Dios es eterno y perfecto y que su plan se cumplirá y nos concederá la paz, esa paz que no es como la pasajera tranquilidad que da el mundo a fuerza de conseguir poder, riquezas y obras extraordinarias. Dios es digno de nuestra fe y sus designios son magníficos. Dejemos que la lluvia refrescante de su amor caiga con generosidad sobre nuestras necesidades físicas y espirituales y aprendamos a rendir nuestro corazón a la gracia de Dios.
Dios les bendiga abundantemente.

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