TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Después
de esto, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca para que cruzaran el
lago antes que él, en dirección a Betsaida, mientras él despedía a la
gente.
Y cuando la hubo despedido, se fue al cerro a orar. Al llegar
la noche, la barca ya estaba en medio del lago. Jesús, que se había quedado
solo en tierra, vio que remaban con dificultad, porque tenían el viento en
contra. A la madrugada, fue Jesús hacia ellos caminando sobre el agua, y ya iba
a pasar junto a ellos. Cuando lo vieron andar sobre el agua, pensaron que
era un fantasma, y gritaron; porque todos lo vieron y se asustaron. Pero
en seguida él les habló, diciéndoles: ¡Calma! ¡Soy yo: no tengan miedo! Subió a
la barca, y se calmó el viento; y ellos se quedaron muy asombrados, porque
no habían entendido el milagro de los panes, pues tenían el entendimiento
oscurecido”.
Marcos
6. 45 – 52
¿Por
qué tenemos tantos temores? Incluso los más valientes pasan por ocasiones de inseguridad
y angustia. Pero Dios quiere que sepamos que el temor viene de un concepto
imperfecto de su amor.
Pensemos
cuando los discípulos se llenaron de pánico en medio de la tormenta marina.
Viendo que luchaban contra el oleaje, el Señor se acercó caminando sobre el
agua; pero en lugar de llenarse de alegría, los Doce se sintieron
aterrorizados. Claramente, no habían entendido quién era Jesús y creían que
veían un fantasma.
Nosotros
también tenemos temores. ¿Cómo reaccionamos cuando nos vemos frente a la
posibilidad de sufrir dolor, en peligro de muerte o ante una pobreza repentina,
la pérdida de seres queridos o el fracaso en nuestros planes?
¡Y
cuántos temen incluso, en lo profundo de su ser, que Dios deje de amarlos por
los pecados cometidos y por sus debilidades!
La
raíz de muchos de estos temores son las ideas mundanas que atribuyen más valor
a lo que cada uno logra realizar que al carácter o la integridad de lo que uno
es en Cristo.
Al
contrario de esta filosofía del mundo, el Espíritu Santo procura fortalecer
nuestra fe y darnos a conocer el asombroso y perfecto amor de Dios.
En
el Señor estamos seguros y no tenemos nada que temer. El Padre nos ha dado a su
Hijo Jesús para nuestra salvación eterna (1 Juan 4: 14), y él permanece en
nuestro ser mediante el Espíritu Santo, comunicándonos confianza, alegría y
fortaleza frente a las luchas de la vida diaria.
Cuando
nos asalte el temor, recordemos que Dios es eterno y perfecto y que su plan se
cumplirá y nos concederá la paz, esa paz que no es como la pasajera
tranquilidad que da el mundo a fuerza de conseguir poder, riquezas y obras
extraordinarias. Dios es digno de nuestra fe y sus designios son magníficos.
Dejemos que la lluvia refrescante de su amor caiga con generosidad sobre
nuestras necesidades físicas y espirituales y aprendamos a rendir nuestro
corazón a la gracia de Dios.
Dios
les bendiga abundantemente.
Amen
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