TIEMPO
DE REFLEXIÓN
"Como
está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice: Voz del
que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; Enderezad sus sendas.
Todo valle se rellenará, Y se bajará todo monte y collado; Los caminos torcidos
serán enderezados, Y los caminos ásperos allanados; Y verá toda carne la
salvación de Dios".
Lucas
3. 4 – 6.
En el oriente, cuando
un rey quería visitar sus dominios, le antecedía un mensajero que anunciaba su
llegada y decía a los habitantes de esos lugares que prepararan los caminos y
arreglaran las carreteras. Juan Bautista es el mensajero del Rey. Clamó a voz
en cuello que prepararan el camino del Señor y enderezaran las sendas; su
clamor no era de arreglar los polvorientos caminos de esa época sino un clamor
para que los hombres prepararan sus corazones y sus vidas para recibir al
Mesías. Después de 400 años de silencio fue el profeta enviado de Dios para
anunciar las buenas nuevas: el Rey y Salvador de la humanidad llegaría.
Juan
llegó en un momento donde la tierra santa estaba dividida y había varios sumos
sacerdotes dirigiendo al tiempo, indicando el menosprecio por la ley de Dios,
pues estos se sucedían de padre a hijo y era por toda la vida. Muestra la
decadencia del sistema religioso de ese momento y el anhelo de un pueblo de que
llegara su rey a redimirlos no solo de la opresión romana sino del legalismo
religioso de ese entonces.
Su
predicación comenzó a mover el piso a todo un pueblo y a los religiosos, ya que
llamaba al arrepentimiento verdadero, a hacer camino para el evangelio,
derribando toda altivez de pensamiento y llevándolos a la obediencia a ese
Mesías prometido. Para eso debían enderezar lo que estaba torcido, allanar su
alma, eliminando todo lo que estorbara su reencuentro con Dios.
Hoy
los creyentes somos esa voz que clama en el desierto de este mundo, que debemos
llamar al arrepentimiento para que los corazones de los hombres se vuelvan a
Dios y reciban al Rey de reyes que vendrá por segunda vez, a poner en orden
todas las cosas y sujetarlas bajo su dominio espiritual. Somos los mensajeros
del evangelio de esperanza y su iglesia el instrumento de salvación en este
tiempo, por tanto no acallemos nuestra voz.
Dios
les bendiga abundantemente.
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