viernes, 8 de febrero de 2019

Tiempo... Marcos 3. 22 - 30



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Y los escribas que habían descendido de Jerusalén decían: Tiene a Beelzebú; y: Expulsa los demonios por el príncipe de los demonios. 
Y llamándolos junto a sí, les hablaba en parábolas: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Y si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede perdurar. Y si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá permanecer. Y si Satanás se ha levantado contra sí mismo y está dividido, no puede permanecer, sino que ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes si primero no lo ata; entonces podrá saquear su casa. En verdad os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias con que blasfemen, pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene jamás perdón, sino que es culpable de pecado eterno. Porque decían: Tiene un espíritu inmundo”.
Marcos 3. 22 – 30

El Evangelio de Marcos va revelando progresivamente más y más verdades acerca de la identidad de Jesús. En el pasaje, los escribas le hicieron una grave acusación, porque afirmaban que estaba poseído por satanás y que expulsaba a los demonios “por el príncipe de los demonios.”
Pero el Señor no demoró en dejar en claro la falsedad de semejante acusación con una sencilla pregunta de sentido común: “¿Cómo puede satanás expulsar a satanás?”, quedando así en evidencia que la envidia les impedía a los escribas ver aquello que era obvio.
Cristo expulsaba a los demonios y curaba a los enfermos, y de esa forma estaba destruyendo el poderío de satanás, no edificándolo. Además, declaró enfáticamente, aunque en forma implícita, que él había venido a “atar al hombre fuerte” para establecer el Reino de Dios.
Y a quienes le hacían esta terrible acusación, les advirtió solemnemente: “El que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón.” Cabe señalar que la advertencia iba dirigida directamente a los jefes religiosos, que por envidia y ceguera espiritual, atribuían a satanás la obra salvadora de Dios y sí tergiversaban la verdad, rechazaban el don de la salvación que se les ofrecía y ponían al pueblo también en peligro de hacer lo mismo.
En las primeras palabras de Jesús se aprecia que Dios está dispuesto a perdonar todos los pecados que se cometan y hasta las blasfemias de los hombres, y al mismo tiempo es una clara prueba de otro avance en la revelación progresiva del Hijo del hombre: Jesús es quien tiene el poder de perdonar los pecados.
Los escribas y las autoridades religiosas, de quienes uno esperaría que recibieran con fe y agrado al Mesías, no creyeron en él y lo rechazaron de plano.
En cambio, sus seguidores y las multitudes de gente sencilla, pobre y necesitada, quizás por su necesidad, pero ciertamente por su sencillez y humildad  veían que Jesús era en efecto el Mesías, el Salvador, que venía a inaugurar el Reino de Dios con amor y poder.
Dios les bendiga abundantemente.

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