sábado, 16 de febrero de 2019

Tiempo... Marcos 11. 27 - 33



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Llegaron de nuevo a Jerusalén; y cuando Jesús andaba por el templo, se le acercaron los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas, o quién te dio la autoridad para hacer esto? 
 Y Jesús les dijo: Yo también os haré una pregunta; respondédmela, y entonces os diré con qué autoridad hago estas cosas.  El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme. Y ellos discurrían entre sí, diciendo: Si decimos: “Del cielo”, El dirá: “Entonces, ¿por qué no le creísteis?” ¿Más si decimos: “De los hombres”? Pero temían a la multitud, porque todos consideraban que Juan verdaderamente había sido un profeta. Y respondiendo a Jesús, dijeron: No sabemos. Y Jesús les dijo: Tampoco yo os diré con qué autoridad hago estas cosas”.   
Marcos 11. 27 – 33.

Tras haber entrado en Jerusalén en medio de una multitud jubilosa que extendía sus mantos y palmas a su paso alabando a Dios, Jesús llegó al templo y expulsó a los cambistas de monedas y comerciantes de palomas, provocando la ira de los jefes de los sacerdotes y los escribas que lo interpelaron airados: “Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te dio la autoridad para hacerlo?”
Esta reacción era, al parecer, perfectamente lógica para los religiosos y los dirigentes. Después de todo, si alguien viniera en medio de nosotros realizando milagros y haciendo cosas sorprendentes, ¿acaso no querríamos saber quién era y con qué autoridad actuaba y hablaba?
Pero los escribas y fariseos no hicieron la pregunta para descubrir sinceramente la verdad, sino para tratar de sorprender a Jesús en el “error” de decir públicamente que su autoridad venía de Dios, lo cual les daría motivo para acusarlo de blasfemia.
Las palabras y milagros de Jesús demostraban que él era efectivamente el Mesías prometido, pero sólo su resurrección fue la prueba definitiva que convenció a sus discípulos y les hizo creer en su verdadera identidad y en su autoridad para actuar y enseñar. Desafortunadamente, ni así creen algunos y persisten en rechazarlo.
¡Qué fácil es sentirse confundido, como algunos de los escribas y fariseos, cuando no creemos en Jesús! Dios ansía revelarse a su pueblo y darle a conocer su voluntad; tanto es así que incluso envió al Espíritu Santo a enseñarnos a reconocer a su Hijo.
Entonces, ¿por qué no creer y aceptar el plan del Padre y aceptar a Cristo?
Dediquemos al menos unos minutos al día a la oración y la alabanza, y a darle gracias al Señor por su amor, su protección y su provisión.
Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe las verdades de Dios al leer la Biblia todos los días. Y confiemos que Él tiene toda autoridad y nuestra vida en sus brazos.
Dios les bendiga abundantemente.

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