viernes, 15 de febrero de 2019

Tiempo... Marcos 10. 1 - 12



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Levantándose de allí, Jesús se fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán; y se reunieron de nuevo las multitudes junto a Él, y una vez más, como acostumbraba, les enseñaba.
Y se le acercaron algunos fariseos, y para ponerle a prueba, le preguntaban si era lícito a un hombre divorciarse de su mujer. Y respondiendo El, les dijo: ¿Qué os mandó Moisés? Y ellos dijeron: Moisés permitió al hombre escribir carta de divorcio y repudiarla. Pero Jesús les dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento.  Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y hembra.  Por esta razón el hombre dejara a su padre y a su madre,  y los dos serán una sola carne; por consiguiente, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe.  Y ya en la casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre esto.  Y Él les dijo: Cualquiera que se divorcie de su mujer y se case con otra, comete adulterio contra ella;  y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”.  Marcos 10. 1 – 12.

Cuando Jesús dijo a los fariseos que Dios quería que los esposos se unieran y llegaran a ser “como una sola persona”, estaba explicando el deseo del Padre de que la vida conyugal sea un reflejo del amor y la dedicación de Dios a su pueblo.
Posiblemente el ejemplo más dramático de este punto lo encontramos en el Libro de Oseas. Dios quiso que el profeta se casara con una prostituta llamada Gómer. Tras un tiempo de fidelidad, en el cual tuvieron tres hijos, Gómer volvió a su vida de adulterio.
Imaginemos el dolor que debe haber sentido Oseas, primero contra ella por haberlo traicionado, y luego contra Dios mismo por haberle pedido que se casara con ella.
Luego, como si fuera poco, Dios le dijo a Oseas que la buscara y la recibiera de nuevo en su casa. A pesar del sufrimiento y el orgullo herido, él la aceptó y le dijo: “Si quieres vivir conmigo, tienes que dejar tu vida antigua.”
Para la mayoría sería casi imposible hacer lo que hizo el profeta, más aún cuando no fue ella la que pidió la reconciliación, sino que Dios le mandó que él actuara primero. Dios le pidió a Oseas que amara a Gómer tanto como él amaba a los israelitas, que lo habían traicionado para irse tras dioses falsos.
Siglos más tarde, cuando Jesús nos redimió, se cumplieron las palabras de Dios a Oseas.
Jesús sabía que si preferimos confiar en los ídolos, sean el dinero, el prestigio o la autosuficiencia,  podemos actuar como Gómer. Pero Jesús obedeció a Dios, igual que Oseas, y pagó un alto precio para redimirnos y reconciliarnos con el Padre.
Jesucristo es nuestro Esposo y se ha comprometido con nosotros con un amor eterno y fiel. Su “matrimonio” con el ser humano es la unión suprema que Dios ha unido y jamás podrá separarse.
Lamentablemente hay muchos que se dejan dominar por “ídolos” modernos que nos alejan de Dios, como el machismo, el vicio del alcohol, la violencia. ¡Cuidado!
Analicemos sinceramente cada día si hay algún “ídolo” en nuestra vida que nos separe de Cristo, si tenemos “otros amores” que Dios nos pida abandonar. No tardemos.
¡Jesús, el Esposo, nos está esperando sin reproches y con los brazos abiertos!
Dios les bendiga abundantemente.

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