sábado, 16 de febrero de 2019

Leyendo... Marcos capítulo 11



LECTURA DIARIA:
Marcos capítulo 11

Desde todos los rincones del mundo romano, los judíos iban a Jerusalén durante la semana de la Pascua, celebración para recordar la salida de Egipto.
Jesús llegó, no como un rey, sino montado en un asno en el que nunca antes nadie había montado. A menudo los reyes acudían a la guerra montados en caballos o en carros, pero Zacarías profetizó que el Mesías vendría en paz sobre un humilde asno, sobre un pollino hijo de asna. Jesús sabía que quienes lo oyeran enseñar en el templo volverían a sus casas en cualquier parte del mundo anunciando la venida del Mesías.
La gente exclamaba: "¡Hosanna!" (Que significa "¡salva ahora!").
Veían en Jesús el cumplimiento de las profecías, pero no entendían la proyección que tendría el Reino de Cristo.
La maldición de la higuera fue una parábola escenificada relacionada con la limpieza del templo. El templo era un lugar de adoración, pero la verdadera adoración había desaparecido. La higuera prometía frutos, pero no producía nada. Jesús manifestó su enojo por las vidas religiosas sin fruto.
Las palabras duras de Jesús connotaban que la nación de Israel era como esta higuera. Debía dar fruto, pero era espiritualmente estéril.
Jesús se enojó, pero no pecó. Los cambistas de dinero y los comerciantes hacían grandes negocios durante la Fiesta de la Pascua. Los que venían de países extranjeros tenían que cambiar su dinero por la moneda judía, que era la única aceptada en el templo para cuestiones de impuestos y para comprar animales para el sacrificio. A menudo, las especulativas tasas en el cambio enriquecían a los cambistas y los exorbitantes precios de los animales enriquecían a los comerciantes. Instalaban sus puestos en el atrio de los gentiles en el templo, con lo que frustraban las intenciones de los gentiles que iban a adorar a Dios. Jesús se enojó porque la casa de adoración de Dios llegó a ser un lugar de extorsión y una barrera para que los gentiles ofrecieran su adoración.
Orar que una montaña sea echada en el mar no tiene nada que ver con la voluntad de Dios, pero Jesús usó esa figura para enseñar que para Dios es posible hacer lo imposible. Para orar con eficacia tenemos que tener fe en Dios, no en el objeto de nuestra petición. Si ponemos nuestra fe en el objeto de nuestra petición, no tendremos nada cuando se nos niegue lo pedido.  
Los líderes religiosos preguntaron a Jesús quién le dio la autoridad para echar a los mercaderes y cambistas. Esta pregunta, sin embargo, escondía una trampa. Si Jesús decía que la autoridad la recibió de Dios, lo acusarían de blasfemia; si decía que lo hizo con su propia autoridad, lo desacreditarían y lo echarían por fanático. Para descubrir sus verdaderos propósitos, Jesús atacó la pregunta con otra acerca de Juan el Bautista. El silencio de los fariseos probó que no les interesaba en lo más mínimo la verdad. Lo que querían simplemente era librarse de Jesús porque les socavaba su autoridad.

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