domingo, 3 de febrero de 2019

Leyendo... Mateo capítulo 27



LECTURA DIARIA:
Mateo capítulo 27

Los líderes religiosos tenían que persuadir a los gobernantes romanos a que sentenciaran a Jesús a muerte porque ellos no tenían la autoridad para hacerlo.

Su estrategia tendría que consistir en presentar a Jesús como rebelde, aquel que pretendía ser Dios y más importante que el César. Pilato era el gobernante romano para la región de Samaria y Judea. El gobernante no pudo hallar ni una falta en Jesús, tampoco pudo inventarla.
El acusador formal de Jesús, Judas cambió de opinión, pero muy tarde. En lugar de ayudarlo a que hallara perdón, los sacerdotes le dijeron: "Eso es problema tuyo". No sólo habían rechazado al Mesías, sino que también habían rechazado su función como sacerdotes Judas entonces "fue y se ahorcó".
Delante de Pilato, los líderes religiosos acusaron a Jesús de delitos diferentes. Lo habían arrestado por blasfemia (afirmar ser Dios), pero para los romanos esa acusación no hubiera significado nada. Los líderes religiosos tuvieron que acusarlo de delitos que afectaran a los romanos, como instar a la gente a no pagar los impuestos, proclamarse rey y dar lugar a motines. Eran acusaciones falsas, pero aquellos religiosos se habían propuesto que mataran a Jesús, y para lograrlo quebrantaron varios mandamientos.
Pilato estaba sorprendido de que Jesús no tratara de defenderse. Aunque tenía el deber de hacer justicia, Pilato demostró estar más interesado en la política que en la justicia. Tuvo varias oportunidades de tomar la decisión correcta. La conciencia le decía que Jesús era inocente; la ley romana decía que un inocente no debía morir; y su esposa había tenido un sueño perturbador. Pilato no tenía excusa para condenar a Jesús, pero temía a la turba.
La gente prefirió a Barrabás, un homicida y revolucionario, antes que a Jesús, el Hijo de Dios. Al no tomar una decisión, Pilato estaba tomando la decisión de dejar que la turba crucificara a Jesús. A pesar de haberse lavado las manos, es culpable.
Los soldados romanos llevaron a Jesús al pretorio y se burlaron de Jesús, vistiéndolo con una túnica escarlata y poniéndole una corona de espinas. Luego lo llevaron al lugar en que sería crucificado, fuera de la ciudad.
Los condenados tenían que llevar sus propias cruces al sitio de la ejecución. Jesús, debilitado por los golpes que había recibido, se hallaba físicamente imposibilitado de dar un paso más con su cruz. Por eso obligaron a Simón a que lo hiciera.
A Jesús se le ofreció vinagre mezclado con hiel para amortiguar su dolor. Pero lo rechazó. Se entendía que la hiel actuaba como narcótico y se usaba para calmar el dolor de los moribundos. La costumbre era que los soldados tomaran las vestimentas de los que eran crucificados. Estos soldados echaron suerte y se repartieron las vestimentas de Jesús, cumpliendo así la profecía de David. Más tarde uno de los ladrones se arrepintió. Jesús le prometió que se le uniría en el paraíso. La naturaleza testificaba de la gravedad de la muerte de Jesús, mientras los amigos y los enemigos de Jesús por igual permanecían en silencio en la oscuridad.
Jesús nunca cuestionó a Dios; recitó la primera línea del Salmo 22, que expresaba la profunda angustia que sintió cuando tomó sobre sí los pecados del mundo y el Padre lo tuvo que abandonar. Esto fue lo que temió Jesús cuando oró a Dios en el jardín diciendo que se apartara de El esa copa (26.39). La agonía física fue horrible pero fue mucho más el período de separación espiritual de Dios. Jesús sufrió esta muerte doble de modo que nosotros nunca tuviéramos que experimentar la separación eterna de Dios.
La muerte de Cristo estuvo acompañada de por lo menos cuatro acontecimientos milagrosos: la oscuridad, la división de la cortina en el templo, el terremoto y la resurrección de varias personas. La muerte de Jesús no pasó desapercibida. Todos notaron que algo significativo estaba teniendo lugar.
José de Arimatea un seguidor de Jesús fue ante Pilato a reclamar su cuerpo para darle sepultura.
Los fariseos estaban tan temerosos de las palabras de Jesús relacionadas con su resurrección que se aseguraron de que sellaran la tumba y la custodiaran. Lo que los fariseos no entendían era que ni la roca, ni el sello, ni los guardias, ni todo el ejército romano podrían impedir que el Hijo de Dios resucitara.

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