TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Entonces
comenzó a hablarles en parábolas: Un hombre planto una viña y la
cerco con un muro, cavo un estanque debajo del lagar y edifico una torre;
la arrendó a labradores y se fue de viaje.
Al tiempo de la
vendimia envió un siervo a los labradores para recibir de los
labradores su parte de los frutos de la viña. Pero ellos,
echándole mano, lo golpearon y lo enviaron con las manos vacías. De nuevo
les mandó otro siervo, y a él lo hirieron en la cabeza y lo trataron
vergonzosamente. Y envió a otro y a éste lo mataron; y así
con otros muchos, golpeando a unos y matando a otros. Todavía le
quedaba uno, un hijo amado; y les envió a este último, diciendo:
“Respetarán a mi hijo.” Pero aquellos labradores se dijeron entre sí:
“Este es el heredero; ¡venid, matémosle, y la heredad será nuestra!” Y
echándole mano, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará,
entonces, el dueño de la viña? Vendrá y destruirá a los labradores, y dará
la viña a otros. ¿Ni aun esta Escritura habéis leído: “La piedra que
desecharon los constructores, esa, en piedra angular se ha convertido; esto
fue hecho de parte del Señor, y es maravilloso a nuestros ojos”? Y procuraban
prenderle, pero temían a la multitud, porque comprendieron que contra ellos
había dicho la parábola. Y dejándole, se fueron”. Marcos 12. 1 - 12
En
la parábola que el Señor nos cuenta hoy, Israel es la viña encargada a los
jefes judíos, es decir, los labradores malvados. Dios es el dueño y los criados
enviados a recoger la cosecha son los profetas. Los labradores asesinan al hijo
amado del dueño, que es Jesús, y esto les merece el castigo.
Al final de la parábola, Jesús cita el Salmo 118: “La piedra que desecharon los constructores es la piedra angular”, frase muy elocuente porque explica que Cristo iba a ser la cabeza de la Iglesia.
Sin embargo, añade: “Esto fue hecho de parte del Señor, y es maravilloso a nuestros ojos”.
Aquí es donde la sabiduría de Dios llega a su plena expresión. Consciente de lo que le esperaba en Jerusalén, Jesús se dirige resueltamente a esa ciudad, para ser acusado de crímenes y maldades que jamás cometió; luego, siendo absolutamente inocente, es ejecutado en una forma terriblemente cruel y humillante; pero en ningún momento abrió la boca para protestar ni para quejarse.
Jesús sufrió todo esto porque sabía que este era el único camino para que los hombres pudiéramos llegar a reconciliarnos con el Padre.
Al final de la parábola, Jesús cita el Salmo 118: “La piedra que desecharon los constructores es la piedra angular”, frase muy elocuente porque explica que Cristo iba a ser la cabeza de la Iglesia.
Sin embargo, añade: “Esto fue hecho de parte del Señor, y es maravilloso a nuestros ojos”.
Aquí es donde la sabiduría de Dios llega a su plena expresión. Consciente de lo que le esperaba en Jerusalén, Jesús se dirige resueltamente a esa ciudad, para ser acusado de crímenes y maldades que jamás cometió; luego, siendo absolutamente inocente, es ejecutado en una forma terriblemente cruel y humillante; pero en ningún momento abrió la boca para protestar ni para quejarse.
Jesús sufrió todo esto porque sabía que este era el único camino para que los hombres pudiéramos llegar a reconciliarnos con el Padre.
Ahora,
resucitado, Jesús ha derramado su Espíritu Santo sobre todo su pueblo, la
Iglesia, y a cuantos creen en él les ofrece participar en su gloriosa
resurrección.
Por eso, cuando la vida nos parezca injusta o dolorosa, leamos nuevamente esta parábola y meditemos en lo que Jesús, siendo inocente sufrió; y así encontraremos consuelo.
Por eso, cuando la vida nos parezca injusta o dolorosa, leamos nuevamente esta parábola y meditemos en lo que Jesús, siendo inocente sufrió; y así encontraremos consuelo.
Cualquiera
sea nuestra circunstancia, si amamos a Dios, tengamos por seguro que Él está
actuando en nuestro corazón para darnos confianza y consolación. El Padre
permitió que Jesús sufriera para salvarnos, para que tuviéramos una relación viva
con Él, y también aprovecha los acontecimientos de nuestra vida para formar en
nosotros el carácter de Cristo.
Finalmente,
Dios nos hará justicia y nos brindará su paz. Sólo tenemos que confiarle
nuestra vida por completo.
Dios
les bendiga abundantemente.
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