LECTURA
DIARIA:
Isaías
capítulo 10
Dios
juzgará a los jueces corruptos y a los que dictan leyes injustas. Los que
oprimen a otros serán oprimidos. No basta con vivir en una tierra fundada en la
justicia, cada individuo debe tratar con justicia al pobre y al indefenso.
Cuando
el pueblo de Dios se transformó en un pueblo incurablemente corrupto, el Señor
utilizó frecuentemente a Asiria y a otras naciones paganas para ejecutar el
juicio divino. Esto no las libraba, sin embargo, de su propio castigo.
A
pesar de que Asiria no sabía que era parte del plan de Dios, Dios la usó para
juzgar a su pueblo. Dios lleva a cabo sus planes en la historia a pesar de la
gente o de las naciones que lo rechazan.
Calno,
Carquemis, Hamat, Arfad, Samaria y Damasco fueron ciudades que Asiria
conquistó. Con la seguridad de grandes victorias que ensancharían su imperio,
el rey de Asiria dio su arrogante discurso. Ya Asiria había conquistado varias
ciudades y pensó que derrotarían a Judá al igual que las demás. Muy poco sabía
el rey que estaba bajo la mano poderosa de Dios.
Samaria
y Jerusalén tenían tantos ídolos que eran impotentes ante la máquina militar
asiria. Solo el Dios del universo podía derrotar a Asiria, pero no sin antes
usar a los asirios para sus propósitos.
Pronto
se cumplió la profecía sobre el juicio de los asirios. En el año 710 a.C., el
ángel de Jehová mató a ciento ochenta y cinco mil soldados asirios. Más tarde,
el Imperio Asirio cayó ante Babilonia para nunca volverse a levantar como
potencia mundial.
Los
asirios fueron soberbios. Pensaron que todo lo lograron gracias a su poder.
Ningún
instrumento ni herramienta lleva a cabo su propósito sin una gran fuerza. Los
asirios fueron instrumentos en las manos de Dios, pero fracasaron en
reconocerlo.
La
caída de Asiria aconteció en 612 a.C. con la destrucción de Nínive, la ciudad
capital. Asiria fue el instrumento que Dios usó para castigar a Israel, pero
también la juzgaría por su maldad. Nadie escapa al castigo de Dios por el
pecado, ni siquiera la nación más poderosa
Luego
que el ejército de Asiria fue destruido, un grupo pequeño del pueblo de Dios
dejaría de depender de Asiria y comenzaría a confiar en Dios. Este remanente
sería solo una fracción de la población anterior de Israel.
A
los que permanecieron fieles a Dios a pesar de los horrores de la invasión se
les llama el remanente. La clave para ser parte del remanente era la fe.
A
pesar del juicio de Dios contra su pueblo desobediente, éste nunca sería
completamente destruido; un remanente fiel siempre sería preservado para
mantener vivo el testimonio de la verdad divina y la esperanza sobre la venida
del Mesías.
Como
las bendiciones de Dios se derraman sobre el pueblo cuando los reyes,
sacerdotes y profetas desempeñan fielmente sus funciones, las profecías de
Isaías en aquel tiempo en que cesen las penas se cumplirán y, en medio de un
avivamiento, esas funciones serán de nuevo ejercidas con propiedad.
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