LECTURA
DIARIA:
Eclesiastés
9
Todo
se recibe de Dios.
Lo
mismo acontece a todos. La referencia es a los males comunes que padece la
humanidad. Así como el sol sale para todos, también las tempestades, las pestes
y los terremotos vienen sobre todos. Que haya excepciones no es algo que motive
la preocupación del sabio. Precisamente el Predicador discute esa forma de
pensamiento, aunque posiblemente diría que el justo que sufre cuenta con Dios,
incluso en su sufrimiento, cosa que el impío no puede hacer.
Cuando
Salomón dice que los muertos no saben nada y que no hay trabajo, ni
planificación, ni conocimiento, ni entendimiento en la muerte, no está
contrastando la vida con la vida después de la muerte, sino la vida con la
muerte. Una vez que usted muere, no puede cambiar lo que ha hecho. La
resurrección a una nueva vida después de la muerte era un concepto vago para
los creyentes en la época del Antiguo Testamento. Sólo quedó claro después de
que Jesús se levantó de los muertos.
Considerando
las incertidumbres del futuro y la certeza de la muerte, Salomón recomienda
disfrutar la vida como un regalo de Dios. Quizá pudo haber estado criticando a
quienes posponen todos los placeres por acumular riquezas. Salomón pregunta:
“¿De qué valen las riquezas?” Es importante disfrutar de los regalos de Dios
mientras podamos, porque el futuro es muy incierto.
No
es difícil pensar en casos donde el más rápido o el más fuerte no gana, el
sabio pasa hambre y los inteligentes no son recompensados con riqueza ni honor.
Cuando se ven casos así, la gente dice que la vida es injusta, y tienen razón.
El mundo es finito y el pecado ha torcido la vida, haciendo de ella todo lo
contrario a lo que es el propósito de Dios. Salomón está tratando de reducir
nuestras expectativas.
El
libro de Proverbios enfatiza cómo sería la vida si todos actuáramos con
justicia. Eclesiastés explica lo que sucede a menudo en nuestro mundo
imperfecto y pecaminoso. Debemos mantener nuestra perspectiva.
El
hombre tampoco conoce su tiempo (v. 12). No se refiere aquí, como algunos
interpretan, al tiempo de su muerte, sino como en el versículo anterior, al
hecho de que se le escapa la oportunidad.
El
Predicador recuerda un incidente en el cual hubo una lucha entre el prestigio
(un gran rey) y la insignificancia (ciudad pequeña), entre la fuerza (grandes
torres de asedio) y la debilidad (ciudad pequeña). El incidente preciso no se
conoce, pero era similar a los hechos en Jueces 9.50-55 y 2 de Samuel 20.15-22.
La
última oración del v. 15 significaría que nadie se acordó del hombre pobre
después que dio su ayuda. No obstante, la línea puede ser traducida “él pudo
haber librado la ciudad con su sabiduría”. Esto concuerda con el v. 16: las
humildes circunstancias de la persona pobre están en su contra y su sabiduría es
desoída. Pero éste no es un llamado a que abandonemos a la sabiduría como
inútil, sino más bien a perseverar en su luz y dejar a Dios el resultado.
Nuestra
sociedad sitúa la riqueza, la belleza física y el éxito por encima de la
sabiduría. Sin embargo, la sabiduría es un bien mayor que la fortaleza, a pesar
de que con frecuencia las masas no lo reconocen. Aun cuando es más efectiva, no
siempre se escucha a la sabiduría, y los sabios con frecuencia pasan
desapercibidos.
Los
versículos 17 y 18 contienen dos observaciones, mejor los consejos del sabio,
fuesen o no requeridos y escuchados, que los gritos de quienes defendían la
ciudad.
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