martes, 7 de mayo de 2019

Tiempo... Hechos 27. 17 - 26



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Después de subirlo a bordo, usaron sogas para reforzar el barco. Luego, como tenían miedo de encallar en los bancos de arena llamados la Sirte, echaron el ancla flotante y se dejaron llevar por el viento. 
Al día siguiente, la tempestad era todavía fuerte, así que comenzaron a arrojar al mar la carga del barco; y al tercer día, con sus propias manos, arrojaron también los aparejos del barco. Por muchos días no se dejaron ver ni el sol ni las estrellas, y con la gran tempestad que nos azotaba habíamos perdido ya toda esperanza de salvarnos.
Como habíamos pasado mucho tiempo sin comer, Pablo se levantó en medio de todos y dijo: Señores, hubiera sido mejor hacerme caso y no salir de Creta; así habríamos evitado estos daños y perjuicios. Ahora, sin embargo, no se desanimen, porque ninguno de ustedes morirá, aunque el barco sí va a perderse. Pues anoche se me apareció un ángel, enviado por el Dios a quien pertenezco y sirvo, y me dijo: “No tengas miedo, Pablo, porque tienes que presentarte ante el emperador romano, y por tu causa Dios va a librar de la muerte a todos los que están contigo en el barco.” Por tanto, señores, anímense, porque tengo confianza en Dios y estoy seguro de que las cosas sucederán como el ángel me dijo. Pero vamos a encallar en una isla”.
Hechos 27. 17 – 26.

El apóstol, aunque estaba preso, no se dejó guiar por los que conducían la nave, sino que consultó a Dios y Él le respondió. Tomó literalmente el mando de la nave, tomó decisiones y dio órdenes que significaban vida o muerte para la gente que lo acompañaban.
ÉL había recibido una palabra por medio de la visita de una ángel, un mensajero de parte de Dios, que le había asegurado que ninguna vida se perdería sino solamente la nave, y en esta palabra confiaba y actuaba en consecuencia. 
Pablo les hizo notar la diferencia entre dejarse guiar por las palabras de humana sabiduría y aquellas que son inspiradas por el Espíritu Santo de Dios.
A diferencia de los filósofos paganos, las teorías dadas por Pablo se tornaron en hechos sólidos cuando estalló la tempestad.
Como hijos de Dios no nos quedamos filosofando sobre lindas palabras humanas que son huecas en  su contenido pues no conducen a nada, sino en la Palabra de Dios por medio de la obra del Señor Jesucristo.
La desesperanza de los tripulantes fue intensificada por el hambre, Pablo les exhorta a que coman, recordándoles que habían pasado dos semanas sin haber comido nada.
Uno de los errores más grandes que cometen algunos cristianos es que cuando están en medio de las tempestades de la vida, dejan de asistir a la Iglesia y así dejan de alimentarse con el verdadero alimento espiritual.
No olvidemos que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4.4).
El Apóstol se apoyó y se animó a él mismo y a los demás, en base a lo que Dios le había prometido, que ninguno perdería de los 276 pasajeros.
Las promesas del Señor son para siempre y ninguna de ellas pasarán de moda ni dejarán de cumplirse según sus planes. El cielo y la tierra podrán pasar, pero la Palabra de Dios no pasará (Mateo 24.35).
Dios les bendiga abundantemente.

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