martes, 21 de mayo de 2019

Leyendo... Romanos capítulo 12



LECTURA DIARIA:
Romanos capítulo 12

Cuando se sacrificaba un animal de acuerdo a la Ley de Dios, el sacerdote daba muerte al animal, lo cortaba en pedazos y lo ponía sobre el altar.
El sacrificio era importante, pero aun en el Antiguo Testamento Dios aclara que la obediencia de corazón es mucho más importante.
Dios tiene planes buenos, agradables y perfectos para sus hijos. Él quiere transformarnos en un pueblo con una mente renovada, vivos para honrarle y obedecerle. El solo quiere lo mejor para nosotros y por haber dado a su Hijo para que tengamos vida nueva, deberíamos ofrecernos con gozo en sacrificio vivo para su servicio.
Nunca debemos estar conformes con la conducta y costumbres de este mundo, que por lo general son egocéntricas y a menudo corruptas. Debe estar firmemente arraigado en nuestras mentes: "Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento". Solo cuando el Espíritu Santo renueva, reeduca y reorienta nuestra mente somos en verdad transformados.
Es importante conocer nuestra nueva identidad en Cristo. Separados de Él, no somos muy competentes según las normas eternas. En El, somos valiosos y capaces de un servicio digno. Cuando uno se evalúa con las normas mundanas de logros y el éxito puede dar demasiada importancia al valor que tiene ante los ojos de los demás y perder su verdadero valor ante los ojos de Dios.
Pablo usa el concepto del cuerpo humano para enseñar cómo los cristianos deben vivir y trabajar juntos. Así como las diferentes partes del cuerpo actúan bajo la dirección del cerebro, los cristianos deben hacerlo bajo la autoridad y mandato de Jesucristo.
Dios nos ha dado dones a fin de que podamos edificar la iglesia. Para usarlos con eficacia, debemos: (1) tener en cuenta que todos los dones y habilidades vienen de Dios; (2) comprender que no todos tienen el mismo don; (3) saber quiénes somos y qué hacemos mejor; (4) dedicar nuestros dones al servicio de Dios y no a nuestro éxito personal; (5) estar dispuestos a ponerlos al servicio de Dios con generosidad y sin exclusión.
Los dones de Dios difieren en naturaleza, poder y eficacia de acuerdo con su sabiduría y gracia, no de acuerdo con nuestra fe. La "medida de fe" o la proporción de fe significa que Dios le dará el poder espiritual adecuado y necesario para llevar a cabo cada responsabilidad. No podemos por voluntad o esfuerzo propio producir más fe y llegar a ser maestros o siervos más competentes. Dios es el que da dones a su iglesia y otorga fe y poder de acuerdo con su voluntad. Nuestra función es ser fieles y buscar la manera de servir a otros con lo que Cristo nos ha dado.
El don de profecía en las Escrituras no significa siempre predecir el futuro también denota predicar el mensaje de Dios.
Los profetas poseen, por lo general, denuedo y oratoria. Los que sirven (los que ministran) son fieles y leales. Los que enseñan son pensadores claros. Los que exhortan saben cómo motivar a otros. Los que reparten son generosos y confiables. Los que presiden son buenos organizadores y directores. Los que tienen misericordia son amorosos y se sienten muy felices cuando dan su tiempo a otros. Sería muy difícil que una sola persona acaparara todos estos dones.
Dios nos llama a sentir el verdadero amor que va más allá de las emociones y conducta superficiales. El amor sincero requiere concentración y esfuerzo. Incluye hacer algo para que otros sean mejores. Demanda tiempo, dinero y participación personal. Ninguna persona tiene los recursos necesarios para amar a toda una comunidad; pero una iglesia, el cuerpo de Cristo en su ciudad, lo puede hacer.
Como cristianos, honramos a las personas porque fueron creadas a la imagen de Dios, porque son nuestros hermanos en Cristo, porque estamos agradecidos por la forma en que contribuyen a la edificación del cuerpo de Cristo.
Los últimos versículos resumen la vida cristiana. Si amamos a alguien de la misma manera que Cristo nos ama, estaremos dispuestos a perdonar. Si hemos experimentado la gracia de Dios, anhelaremos que otros también la disfruten. Cuando damos de beber a un enemigo, no excusamos sus errores. Los reconocemos, los perdonamos y amamos a la persona a pesar de sus errores, tal como Cristo lo hizo con nosotros.
Pablo dice que hay que ser amistoso, que debemos perdonar a nuestros enemigos. Aunque el enemigo nunca se arrepienta, al perdonarlo nos sentiremos libre del gran peso de la amargura. El perdón incluye tanto actitudes como acción.
 "Ascuas de fuego" sobre la cabeza, quizás se refiera a una tradición egipcia de llevar un recipiente de carbón encendido sobre la cabeza en señal de arrepentimiento público. En alusión a este proverbio, Pablo dice que deberíamos tratar a nuestros enemigos con amabilidad para que se avergüencen y se vuelvan de sus pecados.

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