viernes, 10 de mayo de 2019

Leyendo... Romanos capítulo 1



LECTURA DIARIA:
Romanos capítulo 1


El apóstol Pablo humildemente se autodenomina siervo (esclavo) de Jesucristo. Para un ciudadano romano (y Pablo lo era), optar por ser esclavo era inimaginable, pero Pablo escogió ser completamente dependiente y obediente a su Señor amado.
Pablo creía que Jesús era el Hijo de Dios, el Mesías prometido, y el Señor resucitado. Pablo llamó a Jesús descendiente del rey David para enfatizar que en verdad en Él se cumplían las profecías del Antiguo Testamento en el sentido de que el Mesías vendría del linaje de David. Con esta declaración de fe Pablo manifiesta estar de acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras y de los apóstoles.
Pablo resume las buenas nuevas de Jesucristo: vino como humano, era de linaje real judío, de la línea de David, murió y resucitó, y abrió la puerta para que la gracia y benignidad de Dios fueran nuestras.
Pablo dice que a quienes aceptan a Cristo, El los invita a: ser parte de la familia de Dios, y ser gente santa ("llamados a ser santos", apartados, dedicados para su servicio).
Pablo mostró amor hacia la iglesia en Roma expresando el amor de Dios por ellos y su propia gratitud y apoyo en oración. Roma era la capital del Imperio Romano. Era un centro cultural pero a su vez la moral era decadente. Los romanos rendían culto a muchos dioses paganos. Incluso adoraron a algunos de los emperadores.
Pablo usa la frase "gracias a mi Dios mediante Jesucristo" para enfatizar que Cristo es el único mediador entre Dios y el hombre.
Pablo oraba por su visita a Roma a fin de enseñar a los cristianos allí, a fin de animarlos en cuanto a sus dones y fe, y que ellos a su vez lo animaran a él. Como misionero de Dios, les ayudó a comprender el significado de las buenas nuevas de Jesús.
Cuando Pablo dice "a griegos y a no griegos", se refiere a todos los de la cultura griega y a los que no son de esta cultura. "A sabios y a no sabios" se refiere a las personas educadas y a las analfabetas. Después de su experiencia con Cristo en el camino a Damasco (Hechos 9), consumió toda su vida en predicar las buenas nuevas de salvación. Su deuda era con Cristo por ser su Salvador y debía pagarla a todo el mundo.
Pablo no se avergonzaba porque su mensaje era el mensaje de Cristo, las buenas nuevas. Era un mensaje de salvación, poderoso para cambiar vidas y para todos.
Dios no los escogió al pueblo de Israel, porque lo merecieran, sino porque quiso mostrar su amor y misericordia a través de ellos, enseñarles y prepararles para la venida del Mesías al mundo, para que el mundo conociera su plan de salvación. De entre todos los habitantes de la tierra, los judíos debían haber sido los primeros en recibir al Mesías y comprender su mensaje y misión, pero solo sucedió con algunos.
Cuando Pablo escribió Romanos, muchos gentiles se reunían en la iglesia.
El evangelio muestra cómo Dios es justo en su plan para salvarnos y cómo puede hacernos aptos para la vida eterna. Al confiar en Cristo, entramos en buena relación con Dios. Del principio al fin, Dios nos declara justos por fe y solo por fe.
Dios no puede tolerar el pecado porque su naturaleza es moralmente perfecta. Dios quiere quitar el pecado y restaurar al pecador, y puede hacerlo en la medida que el pecador no distorsione ni rechace la verdad con obstinación. Pero su ira se revela contra los que persisten en pecar.
Todas las personas, sin importar el lugar en que se hallen, merecen la condenación de Dios por sus pecados.
Pablo responde a una objeción común: ¿Cómo un Dios amoroso puede enviar a alguien al infierno, sobre todo a quien nunca oyó acerca de Cristo? Pablo dice que Dios se nos ha revelado ampliamente en su creación. Y la gente sigue aun rechazando este conocimiento básico de Dios.
La naturaleza nos muestra un Dios poderoso, inteligente, minucioso, un Dios de orden y hermosura; un Dios que controla todas las cosas. Esta es su revelación general. A través de su revelación especial (la Biblia y la venida de Jesús), aprendemos acerca del amor, el perdón y la vida eterna que Dios ofrece. En su gracia se nos ha revelado de estas dos maneras, para que podamos creer en El.
Pablo con toda claridad describe la inevitable espiral descendente del pecado. Primero, las personas rechazan a Dios; después, se hacen sus ideas de qué debe ser y hacer un dios; luego caen en pecado: pecado sexual, codicia, odio, envidia, homicidio, disensión, engaño, malicia, chisme. Por último, crece su odio hacia Dios y animan a otros a que sientan lo mismo. Dios no da inicio a esta progresión hacia el mal. Pero cuando las personas lo rechazan, les concede vivir como hayan escogido.
Cuando adoramos a la criatura en lugar del Creador, perdemos de vista nuestra identidad como seres hechos a la imagen de Dios.
La gente tiende a creer en mentiras que respaldan sus propias creencias egocéntricas. El plan divino en cuanto a las relaciones sexuales normales es el ideal de Dios para su creación. Es lamentable, pero el pecado distorsiona el uso natural de los dones de Dios. A menudo, el pecado no solo implica negar a Dios, sino también negar la forma en que nos hizo.
La homosexualidad (cambio o abandono de las relaciones sexuales naturales) se había propagado en los días de Pablo como en los nuestros. Muchas prácticas paganas lo alentaban.
La homosexualidad está estrictamente prohibida en las Escrituras (Levíticos 18.22). En el mundo de hoy, muchos consideran aceptable esta práctica.
Pero la sociedad no es la que establece el patrón para las leyes de Dios. Muchos homosexuales creen que sus deseos son normales y que tienen el derecho de expresarlos. Pero Dios no nos obliga ni anima a satisfacer todos nuestros deseos (aun los que son normales). Los deseos que violan sus leyes son indebidos y deben controlarse.
Algunas personas, incluso, se arriesgan a una muerte temprana por saciar sus deseos ahora. Para este tipo de personas, parte de su distracción es ir contra la voluntad de Dios, las normas morales de la comunidad, el sentido común y su concepto de lo que es bueno o malo. Pero en lo profundo de su ser saben que la paga del pecado es la muerte (Romanos 6.23).

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