martes, 25 de diciembre de 2018

Un momento... UNA REFLEXIÓN PARA NAVIDAD: “EL RETRATO DEL HIJO”



UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
UNA REFLEXIÓN PARA NAVIDAD: “EL RETRATO DEL HIJO”

Esta historia que ya paso hace muchos años.  ¿Dónde fue exactamente?
Eso no lo sabemos, ni tampoco podemos verificar todos los detalles de su veracidad. 
Es una historia que tuvo que ver con un padre muy rico que junto con su hijo coleccionaban obras de arte muy costosas.  Se sentaban juntos allí horas enteras viendo sus bellas obras de Picasso y Raphael. 
Cuando estalló la guerra, el hijo fue llamado a pelear por su país; el padre siempre esperaba todos los días las cartas de su hijo le mandaba para saber cómo se encontraba.  Las cartas dejaron de venir un día, dos días, después fueron varios días, los cuales se convirtieron en semanas y hasta meses.   El padre angustiado ya no sabía qué hacer en desesperación por saber que había pasado con su hijo.
Después de varios meses, justo antes de Navidad, le tocaron la puerta al padre.  Estaba allí parado un hombre joven quien tenía un paquete grande en sus manos.  “Señor Ud. quizás no me conoce, pero yo soy el soldado a quien su hijo salvo.  Él salvo muchas vidas en aquel día, y a mí me estaba cargando hacia un lugar seguro cuando de repente una bala se le cruzo en el camino y murió allí en aquel instante.  Su hijo hablaba mucho de Ud. con cariño y ternura, y siempre nos hablaba de su amor por el arte.”
El joven allí parado le dio el paquete.  “Sé que esto no es mucho, y que tampoco soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que Ud. tuviera esto”.  El padre abrió el paquete.  Era el retrato de su hijo, pintado por aquel humilde soldado.  El padre se admiró como el compañero de su hijo pudo capturar la imagen y personalidad de su hijo.  El padre difícilmente pudo contener sus lágrimas.  Le agradeció al soldado y le ofreció pagarle por el retrato. “Oh no señor, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mí.  Es un regalo.”
El padre amaba tanto al hijo que a unos pocos días después él también murió de pena. 
Hubo después una gran subasta en la casa misma del padre.  Mucha gente importante e influente se reunió en la mansión, algunos viajando de lugares distantes para tener una oportunidad de comprar algunas de las obras de arte de pintores de gran renombre.
El subastador empezó el remate golpeando su martillo.  “Vamos a empezar la subasta con el retrato del hijo. ¿Cuánto ofrecen por esta pintura?”
Hubo de repente un gran silencio.  Después de un corto momento, una voz se escuchó por el lado detrás de la pequeña multitud: “Vinimos a tratar de comprar las obras de artes de los grandes pintores famosos.  Saltéate de esta pintura o déjala para el final”.
Pero el subastador persistía en la oferta.  “¿Cuánto ofrecen por esta pintura?  ¿Quién va a comenzar con una oferta? ¿$200, $100?”
Se escuchó otra voz con amargura: “¡No vinimos hasta aquí para ver a esa pintura.  Vinimos para tratar de comprar Van Gogh, Rembrandt o Picasso.  Vamos y comienza con las que si son pinturas de verdad!”
Pero el subastador insistía: “¡El hijo.  El hijo. ¿Quién da algo por el hijo?!”
A final, se escuchó otra voz que también venía desde la parte más atrás del salón.  Era el jardinero que había trabajado en la casa del hombre rico y su hijo: “¡Ofrezco $10 por el retrato!”.  Como era un hombre pobre, eso era todo lo que podía ofrecer.
“Tenemos $10.  ¿Quién ofrece $20 por el retrato?”
“¡Deséenlo por $10.  Nosotros queremos ver las verdaderas obras de arte!”
La pequeña multitud comenzó a enojarse en gran manera.  No estaban interesados en comprar el retrato del hijo.  Ellos querían tratar de comprar inversiones de mucho más valor.
El subastador golpeo su martillo: “! Vamos una; vamos dos; el retrato se vendió por $10!”
Un hombre al frente de las bancas suspiro: “¡Ahora si por fin veamos las obras de arte!”
Pero el subastador, dejando su martillito en la mesa, exclamo.  “Lo siento pero la subasta ha terminado”.
“¿Pero qué…? ¿Qué paso con las otras pinturas?”  
“Lo siento pero cuando fui contratado para esta subasta, me hablaron de una estipulación secreta en el testamento del padre.  Fue una estipulación que solo se me permitió revelar hasta el término de la subasta.  La única pintura que se iba a vender era la pintura del hijo.  Quien comprara el retrato del hijo iba a tener toda la herencia del padre, no solo sus obras de arte, sino todo.”
¿No les hace acordar esta historia a una de la vida real?
DIOS mismo dio a su Hijo Unigénito por nosotros. De una forma similar a nuestra historia, desde hace unos dos mil años, el mensaje sigue siendo el mismo: “¿El Hijo, el Hijo, quien acepta al Hijo?”
Al igual que en nuestra historia, el que tenía el retrato del hijo lo recibía todo.  En el mundo que vivimos, en el mundo real, todas las promesas que tenemos, las tenemos por medio del Hijo.
El apóstol Pablo, hablando de Jesucristo, escribió: “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén…” (2 Corintios 1.20)
El regalo más grande que DIOS nos pudo dar jamás fue el regalo de la vida eterna.  Un regalo que no viene en un paquete debajo de un árbol de Navidad.  Fue un regalo para nosotros.  No nos costó nada a nosotros. 
Pero para DIOS no fue gratis.  Él tuvo que dar a su Hijo Unigénito para que con su muerte, nosotros podamos vivir eternamente.  Es el regalo más valioso que jamás podemos recibir.
La pregunta que todo hombre, mujer o niño debería hacerse en esta Navidad es la siguiente:
“¿Has aceptado al Hijo?”
Si has recibido a Cristo en tu corazón, entonces realmente tienes una razón para celebrar esta Navidad. Si no lo has hecho, ¿Qué esperas?
Es un regalo que ha sido despreciado por muchos a través de la historia de la humanidad, muchos que ya han perdido su oportunidad de recibirlo.  No cometas tú ese mismo error.
Si quieres recibirlo, no tienes que pagar nada por Él, no tienes que registrarte como miembro de ninguna religión, no tienes ni que firmar ningún documento aquí en la tierra;  solo tienes que repetir una simple oración y estoy seguro que en el nombre de DIOS, serás salvo.
Solo repite esta oración:
Señor Jesús, reconozco que soy un pecador.  En estos momentos te entrego mi cuerpo, mi alma, mi espíritu, mis fuerzas, me mente, todo lo que tengo (por mucho o poco que sea) te lo entrego.  Reconozco que soy un pecador.  Reconozco que Jesús es el Rey, Señor y Salvador; quien murió por mis pecados para darme el regalo más grande: El regalo de la vida eterna.   
¡Jesús es la verdadera navidad!
Dios les bendiga abundantemente.

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