martes, 10 de julio de 2018

Leyendo... Jeremías capítulo 20



LECTURA DIARIA:
Jeremías capítulo 20

La reacción del sacerdote Pasur frente a la acción simbólica de Jeremías fue inmediata, pero su oposición al propósito de Dios le ganó un nuevo nombre, representativo de lo que el futuro le deparaba.

Este suceso ocurrió durante el reinado de Joacim de Judá. Jeremías predicó en el valle del hijo de Hinom, centro de idolatría en la ciudad. También predicó en el templo, que debió haber sido el centro de la verdadera adoración. Ambos lugares atraían mucha gente, ambos eran de falsa adoración.
La primera vez que el título profeta se usa en Jeremías, aparece en el versículo 3 de este capítulo, aunque aparece de nuevo en 25.2 y frecuentemente después de 28.5. Este es también el primer acto de violencia física contra Jeremías que se menciona; Pasur manda a azotar a Jeremías y lo hace colocar en el cepo.
Magor – misabib : «temor de todas partes» es el nuevo nombre de Pasur, y esta es la suerte que correrá Judá, cuyos hijos serán llevados cautivos a Babilonia o caerán por la espada.
La profecía de destrucción del versículo 4 se cumplió en tres invasiones babilónicas. La primera ocurrió en un año (605 a.C). Tal vez a Pasur lo llevaron cautivo a Babilonia durante la segunda invasión en 597 a.C., cuando llevaron cautivo al rey Joaquín. La tercera invasión ocurrió en 586 a.C.
La del versículo 5 se cumple con la captura de Jerusalén por Nabucodonosor en el 597 a.C y en el 586 a.C..
En el sexto y último lamento, Jeremías expresa profunda angustia en medio de la persecución y casi llega a blasfemar debido al lenguaje que usa para dirigirse a Dios. El oficio de profeta no le ha ganado a Jeremías nada sino abusos y burlas, y a pesar de su deseo de dejar de proclamar el mensaje de Dios, no puede detenerse. El lamento termina con una nota positiva de confianza y alabanza. Pero de las alturas de la alabanza, Jeremías cae a las profundidades de la desesperación (vv. 14-18). Atrapado entre el llamado divino del cual no puede desprenderse, y el rechazo y la persecución de su pueblo, y la traición de sus amigos, maldice el día en que nació. La agonía de su espíritu no tiene límites y las palabras que utiliza son sublimes.
Jeremías clamó al Señor en su desesperación, pero no dejó de alabar abriendo su corazón a Dios. Proclamó con fidelidad su Palabra y no recibió nada a cambio más que persecución y dolor. Aun cuando se abstuvo de proclamar la Palabra de Dios por un tiempo, esta se volvió como fuego en sus huesos hasta que ya no pudo contenerla más.

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