sábado, 1 de julio de 2017

LEYENDO... 2 de Crónicas 34


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LECTURA DIARIA:
2 de Crónicas 34

En contraste con su padre, Josías llegó a ser un buen gobernante para Judá, y reinó durante 31 años en el trono. Como su bisabuelo Ezequías, Josías se acercaba mucho a David en carácter. Entre sus reformas, Josías hizo que el pueblo volviera a depositar su fe en la palabra de Dios, hecho que sostuvo a Judá en el exilio. Josías hizo lo recto ante los ojos de Jehová y anduvo en los caminos de su padre David, sin apartarse ni a la derecha ni a la izquierda. 
Después de purificar la tierra y el templo, Josías nombró una comisión para reparar la casa de Jehová. Estaba formada por el escriba Safán, el alcalde de Jerusalén Maasías y el cronista Jóaj. Estos entregaron al sumo sacerdote Hilquías el dinero recolectado del pueblo, quien lo dejó en las manos de los levitas que guardaban la puerta del templo. 
El sumo sacerdote Hilquías halló el libro de la Ley de Jehová, no hay duda alguna que fuera el libro de Deuteronomio, conocido como «el pacto» y que había sido extraviado durante los años de apostasía de Manasés y Amón. 
El rey envió una comisión para consultar con la profetisa Hulda si las palabras de maldición contra Judá estaban por materializarse o no. El mensaje que la profetisa les entregó para el rey tenía dos partes: primero, por causa de los pecados del pueblo, Dios traería el mal sobre este lugar y sobre sus habitantes, es decir, todas las maldiciones mencionadas en el libro; segundo, Dios no ejecutaría su juicio en los días de Josías, porque Josías se había arrepentido cuando oyó la lectura de la Ley.
Inspirado por este acto de gracia, Josías convocó a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén, a pequeños y grandes, y desde el templo leyó a oídos de ellos todas las palabras del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová.
Josías ordenó al sumo sacerdote Hilquías y a todo el plantel sacerdotal que sacaran del santuario los objetos del paganismo cananeo y los quemaran en los campos del Quedrón. Además destituyó a los sacerdotes idólatras; sacó de la casa de Jehová el árbol ritual de Asera; lo pulverizó y esparció sus cenizas sobre los sepulcros de los que los habían adorado; destruyó los prostíbulos instalados en la casa de Jehová; prohibió los sacrificios humanos a Moloc; quemó en el fuego los carros del sol; quemó los santuarios de Acaz y de Manasés; y mató a todos los sacerdotes de los lugares altos en Samaria.
Otro rasgo del excelente carácter de Josías es que busca activamente una palabra de Jehová. 
Josías murió por heridas sufridas en la guerra, pero al menos no vivió para ver la caída de Jerusalén como sería la experiencia de la nación. El corazón del pueblo no era como el corazón de su rey.

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