TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Cuando
Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a
Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha
nacido?
Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.
Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados
todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde
había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está
escrito por el profeta”. Mateo 2.1 – 5.
Así
como a estos magos, la luz de una estrella les indicó que había nacido el Rey,
a nosotros un día nos alumbró la luz de Cristo y nos mostró el camino de la
vida eterna. Debemos aprender que Cristo es la luz que ha venido a brillar
nuestras vidas llenas de oscuridad y pecado.
El
Mesías es la "estrella resplandeciente de la mañana", la luz de
salvación para todos los seres humanos. Qué hermosa verdad, vino para iluminar
nuestra existencia y trasladarnos de las tinieblas a su luz admirable.
Somos
hijos de luz, por eso no debemos participar de las obras infructuosas de las
tinieblas viviendo para el mundo. Vivamos en la luz de Dios. No hay oscuridad
en su presencia, sino “plenitud de gozo y delicias a su diestra”. Nuestras
vidas están expuestas a su iluminación, por eso andemos en luz.
Busquemos
la enseñanza del Espíritu Santo, que es el que nos da el verdadero conocimiento
de Cristo. Entender su naturaleza nos hace crecer en su carácter, nos prepara
para la lucha espiritual, nos llena de gozo y adoración por lo que Él es.
Los
magos reaccionaron con gozo y adoración frente al Mesías. Esto debe hacernos
pensar cómo reaccionan las personas frente a Cristo. Muchos pueden ignorarlo y
rechazarlo como lo hizo Herodes, pero otros lo buscan con diligencia, no
importa cuánto tiempo inviertan. Recordemos que los sabios viajaron miles de
kilómetros en busca del Rey y lo hallaron. Dejaron una gran lección y desafío a
los creyentes y es que debemos esforzarnos por buscar a Dios, no importa que
esto implique renunciar a la comodidad de nuestra vida, que implique tiempo,
cansancio, horas de estudio y oración.
Jamás
Dios desprecia al alma diligente que le da el primer lugar en su corazón. No
permitamos que personas, objetos y otros deseos compitan con Dios, démosle el
primer lugar en todos los aspectos de nuestra vida y como hijos de luz, seamos
esa antorcha que alumbre a los que nos rodeen con la luz de Cristo.
Dios
les bendiga abundantemente.
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