LECTURA
DIARIA:
Mateo
capítulo 2
Los
sabios de oriente, seguramente eran astrólogos que tuvieron una participación
prominente en las cortes en muchos países orientales, como consejeros de los
reyes.
Su
discernimiento se derivaba de observaciones astronómicas sofisticadas
combinadas con algo así como “interpretación”, como proveen los horóscopos de
nuestros días. Por medio de tales cálculos hechos en el oriente habían
concluido que un importante nacimiento real había ocurrido en Palestina, lo que
exigió una “visita de Estado”.
El
marcado contraste entre estos extranjeros bien motivados y el celo
inescrupuloso de Herodes, el rey de los judíos oficialmente, anuncia la
respuesta que el judaísmo oficial daría a Jesús.
La
cita formal de Miqueas 5.2 muestra cómo el lugar donde nació Jesús le otorga la
posición del gobernante por llegar, y la estrella probablemente hace eco de la
profecía de Balaam de una “estrella... saldrá de Jacob” (Números 24.17)
Herodes
el Grande se sintió muy mortificado cuando los magos preguntaron acerca del rey
recién nacido porque Herodes no era el heredero al trono de David, y muchos
judíos lo odiaban por usurpador. Herodes era cruel y, al tener muchos enemigos,
vivía temiendo que alguno intentara derrocarlo.
Herodes
no quería que los judíos, gente religiosa, se unieran alrededor de una figura
religiosa.
Las
noticias de los visitantes inquietaron a Herodes porque él sabía que los judíos
esperaban la pronta venida del Mesías.
La
mayoría de los judíos esperaban que el Mesías fuera un gran militar y un
libertador político, como Alejandro el Grande.
Herodes
no quiso correr ningún riesgo y ordenó la muerte de todos los bebés en Belén.
Muchos
líderes religiosos creían en el cumplimiento literal de todas las profecías del
Antiguo Testamento, por lo tanto creían que el Mesías nacería en Belén.
Irónicamente, cuando Jesús nació, estos mismos líderes religiosos vinieron a
ser sus más grandes enemigos. Cuando el Mesías, a quien estaban esperando,
finalmente vino, no lo reconocieron.
Los sabios
de oriente le dieron regalos caros a Jesús porque eran presentes valiosos para
el futuro rey.
En
los regalos, vemos símbolos de la identidad de Cristo y lo que Él podría
lograr.
El
oro era un regalo digno de un rey; el incienso, un regalo para una divinidad;
la mirra, una especie para un hombre mortal, que iba a morir.
Le
ofrecieron presentes y adoraron a Jesús por lo que Él era.
Aquí
aparece el segundo sueño o visión que José recibió de Dios. Su primer sueño
reveló que el hijo de María sería el Mesías (1.20, 21). Su segundo sueño le
anunció cómo debería proteger la vida del niño. A pesar de que José no era su padre
natural, era su padre legal y tenía la responsabilidad de protegerlo y buscar
su bienestar.
Ir a
Egipto no era extraño porque allí había colonias judías en las ciudades
principales.
Dios
trajo de regreso a Jesús. Ambos hechos muestran a Dios en acción para salvar a
su pueblo.
Herodes,
rey de los judíos, dio muerte a todos los niños menores de dos años, con la
idea obsesiva de matar a Jesús, el rey recién nacido. Se manchó las manos con
sangre, pero no logró dañar a Jesús. Herodes temía que aquel rey recién nacido
algún día lo destronara. No comprendía la razón de la venida de Cristo.
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