TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Entonces
Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, y tome su cruz y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida,
la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”.
Mateo
16. 24 – 25
Mientras
Jesús caminaba hacia Jerusalén comenzó a hablar también respecto a la
cruz. La cruz era un instrumento de ejecución. Simbolizaba la muerte. El tomar
la cruz sobre sí es morir a sí mismo. Esto no significa que carecemos de valor.
Somos muy valiosos, pero el camino para ser lo que Dios quiere que seamos, pasa
por la cruz.
La
cruz es el camino, no la meta.
En
Lucas 9.23 se dice que tenemos que tomar la cruz cada día. O sea, esto no
es un hecho aislado. A causa de la naturaleza carnal de cada creyente, de
cada discípulo, el egoísmo tiene muchas oportunidades de aflorar nuevamente. La
victoria sobre el egoísmo pasa por la cruz, lo que conlleva negarse a sí mismo,
resistir y morir a los impulsos que quieren proteger, consolidar, exaltar y
difundir el ego.
En
el mundo funciona que lo que se toma, se tiene; el que conserva su vida la
mantiene.
Muy
a menudo la vida es una larga lucha entre diferentes egos y los
derechos individuales.
En
el reino de Dios se cosecha cuando se siembra, cuando das, cuando sueltas lo
que retienes. A Abraham se le prometió la tierra prometida. Lot se arrogó la
mejor parte. Abraham no luchó por sus derechos, pero Dios sin embargo se los
dio todos. Por el contrario Lot perdió todo.
Aquel
que quiera salvar su vida la perderá.
Hay
personas que fácilmente se ofenden, piensan que otros han tomado su posición o
recibido la atención y el enaltecimiento que les pertenece y se sienten menos valorados
o heridos. Pero si uno está muerto a la vanagloria de esta vida, al poder de la
ambición, a la necesidad de estar continuamente siendo el centro de la atención
y en el control, recibiremos, a pesar de todo, lo que Dios quiere que
tengamos.
Perdiendo
se gana.
Dios
les bendiga abundantemente.
Amen.
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