LECTURA
DIARIA:
Miqueas capítulo 3
Miqueas
denunció los pecados de los líderes, sacerdotes y profetas.
Estos tenían el
deber de enseñar al pueblo lo bueno y lo malo. Los ancianos, quienes se
suponían que vivían entre el pueblo, se habían trasladado a Jerusalén y se
convirtieron en una clase especial de gobierno. Los líderes, quienes debían
haber conocido la ley y debían enseñarla al pueblo; la habían echado a un lado
y llegaron a ser los peores pecadores. Se aprovecharon del mismo pueblo al que
debían servir. Todo pecado es malo, pero el pecado que descarría a los demás es
el peor de todos.
La
línea divisoria entre el bien y el mal a menudo parece confusa, pero los
líderes espirituales tienen el deber de ayudar a que los demás la vean.
La
analogía del canibalismo no intenta decir que quienes aman el mal maten a la
gente y la cocinen en ollas hirvientes, sino que denuncia a los líderes
inmorales que oprimen a los indefensos, privándolos de sus pertenencias e
impidiéndoles ganarse la vida.
Los
líderes no tuvieron compasión ni respeto por aquellos a los que debían servir.
Trataron al pueblo de una manera terrible para poder satisfacer sus propios
deseos, y luego cuando se vieron en problemas tuvieron el descaro de pedir la
ayuda de Dios.
Miqueas
permaneció fiel a su llamamiento y proclamó la Palabra de Dios. En contraste,
los mensajes de los falsos profetas se adaptaban a los favores que recibían. No
todos aquellos que declaran tener mensajes que proceden de Dios realmente los
tienen. Miqueas profetizó que un día los falsos profetas serían avergonzados
por sus acciones.
Miqueas
tuvo que enfrentarse a los profetas que había denunciado, al Espíritu del Señor
se debe el poder que le permite enfrentarse a sus contemporáneos para denunciar
sus pecados.
Miqueas
condenó severamente a los líderes religiosos que ministraban solo si les
pagaban, advirtió a los ministros de sus
días que evitaran el soborno.
Jerusalén
sería destruida del mismo modo en que lo fue Samaria (1.6). Esto ocurrió en el
año 586 a.C., cuando Nabucodonosor y el ejército babilónico atacó la ciudad (2
Reyes 25). A pesar de que Miqueas culpó a los líderes corruptos, el pueblo no
era inocente. Ellos permitieron que la corrupción continuara, sin volverse a
Dios ni clamar por justicia.
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