martes, 17 de julio de 2018

Leyendo... Jeremías capítulo 27



LECTURA DIARIA:
Jeremías capítulo 27

El mensaje de Jeremías a las demás naciones y al rey Sedequías era someterse al yugo del rey de Babilonia, porque sus países habían sido puestos en manos de Nabucodonosor, y cualquier rebelión era contraria a la voluntad de Dios. Jeremías también se dirige al pueblo y declara que los profetas que proclamaran otro mensaje estarían mintiendo; Dios no los había enviado.

Corría el año 593 a.C. y Nabucodonosor ya había invadido Judá en una ocasión y se había llevado muchos cautivos. Jeremías se puso un yugo (un marco de madera utilizado para atar a una pareja de animales al arado) como símbolo de servidumbre. Esta era una lección objetiva en la que le decía al pueblo que debía colocarse bajo el yugo de Babilonia o lo destruirían.
El yugo era también símbolo de sumisión política.
Las naciones mencionadas vecinas de Judá eran Edom, Moab, y Amón, al sur y al este. Tiro y Sidón al norte. La rebelión era probablemente el tema que se discutía.
Dios castigó al pueblo de Judá de una manera poco usual, al designar como su representante a un gobernante extranjero y pecador. Dios no utilizó a Nabucodonosor para proclamar su Palabra, sino para cumplir la promesa de juicio por el pecado.
Se le promete la primacía durante tres generaciones; luego llegaría el fin de Babilonia.
El mensaje acerca de los profetas era que eran falsos profetas: adivinos, soñadores, agoreros, encantadores todos los cuales estaban prohibidos en Israel; soñadores podría incluir tanto a profetas como a adivinadores
Sedequías estaba en una situación difícil. Jeremías le pidió que se rindiera ante Nabucodonosor, mientras que muchos de sus líderes querían que formara una alianza y peleara. Rendirse era deshonroso para un rey y lo verían como un cobarde. Esta fue una gran oportunidad para los falsos profetas que seguían diciendo que los babilonios no derrotarían a la gran ciudad de Jerusalén y que Dios nunca permitiría la destrucción del glorioso templo santo.
Nabucodonosor invadió Judá primero en 605 y luego en 597 a.C., llevándose con él a mucha gente importante que vivía en Jerusalén, incluyendo a Ezequiel y a Daniel. A pesar de que estos hombres eran cautivos, tuvieron un profundo impacto en los cautivos y líderes de Babilonia. Jeremías predijo que más personas e incluso los enormes y preciosos objetos del templo se llevarían a Babilonia. Esto sucedió en el año 586 a.C. durante la tercera y última invasión babilónica.

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