LECTURA
DIARIA:
Jeremías
capítulo 11
El
fracaso del pueblo de Judá en mantener las estipulaciones del pacto conduce a
su exilio. Este capítulo es autobiográfico por su estilo y consiste básicamente
de una conversación entre Dios y Jeremías.
Dios
prescribe a Jeremías a que pregone las palabras del pacto en las calles de
Jerusalén y exhorta al pueblo a ponerlas por obra. Sus padres no escucharon,
aunque Dios los exhortó una y otra vez. Como resultado de la desobediencia,
Dios hará que la penalidad contemplada en el pacto caiga sobre ellos.
Esta
sección corresponde al pacto quebrantado, una reprensión para los que volvieron
a la idolatría después de la reforma del rey Josías. La reprimenda de Jeremías
provocó una amenaza en contra de su vida por sus conciudadanos. Mientras
sufría, Jeremías ponderó la prosperidad de los malvados. Al concluir con estas
palabras, empleó un cinto de lino podrido y tinajas de vino como lecciones
objetivas del juicio de Dios que vendría.
De
acuerdo con Deuteronomio 28, los que diligentemente obedecen los mandamientos
reciben bendiciones, y la maldición viene sobre aquellos que no obedecen.
Otra
vez Dios le pide a Jeremías: no ores por este pueblo.
Dios
dice a Jeremías que no ore y agrega que no escuchará a la gente que lo hace.
Vendrá un tiempo cuando Dios deba aplicar justicia. El pecado trae su propia
amarga recompensa. Si el pueblo no se arrepentía y seguía pecando, ni sus
oraciones ni las de Jeremías evitarían el juicio de Dios. Su única esperanza
era el arrepentimiento, dolor por el pecado, apartarse de él y buscar a Dios.
Sus
bendiciones vienen cuando nos entregamos a Él, no cuando con egoísmo nos asimos
a nuestros caminos de maldad.
Aquí
aparece el primero de los seis lamentos o «confesiones» de Jeremías; los otros
aparecen en Jeremías 12.1-6; 15.10-21; 17.14-18; 18.18-23; 20.7-18.
Los
hombres de Anatot buscaban la vida de Jeremías, la de su familia y sus amigos.
Para
sorpresa de Jeremías, el pueblo de Anatot, su pueblo natal, se estaba
confabulando para matarlo. Querían silenciar su mensaje por diversas razones:
(1)
económica, esto dañaría el negocio de los fabricantes de ídolos;
(2)
religiosa, el mensaje de destrucción y fatalidad hizo que el pueblo se sintiera
deprimido y culpable;
(3)
política, abiertamente reprendió su política hipócrita; y
(4)
personal, el pueblo lo odiaba por mostrarle que estaba equivocado. Jeremías
tenía dos opciones: correr y esconderse, o clamar a Dios. Clamó y Dios
respondió.
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