sábado, 18 de agosto de 2018

Un momento... LA LUCHA DEL CREYENTE



UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
LA LUCHA DEL CREYENTE

Todo creyente ha recibido la vida de DIOS en su espíritu. El mismo Espíritu que habitó en Pablo también habita en un hermano débil.
Si somos del Señor, la nueva creación que tenemos en nuestro espíritu será la misma que en los demás, pues DIOS no hace acepción de personas.
Cuando el hombre interior expresa la vida del Señor, pueden verse grandes diferencias, las cuales se relacionan con la constitución natural del hombre. La mente, la parte emotiva y la voluntad, son las facultades naturales del hombre, mientras que el Espíritu Santo, quien mora en su interior, y su espíritu regenerado, han venido a ser el hombre nuevo, el hombre interior.
Sin embargo, la persona aún tiene un hombre exterior, el hombre viejo, el hombre natural.
El hombre exterior se relaciona con el pecado. Al hombre viejo se le puso fin en la cruz, pero la vida de la vieja creación aún permanece. Es una batalla que dura desde el primer día de nuestra conversión, hasta el último de nuestra partida.
Puesto que el hombre interior sólo puede expresarse por medio del hombre exterior, las expresiones y manifestaciones son diferentes en distintas personas. La vida interior se ve estorbada por el hombre exterior.
“Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día”. 2 Corintios 4.16 ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Decía Pablo.
Por lo tanto, el hombre exterior debe llegar a su fin. De no ser así, siempre habrá obstáculos que impedirán que el hombre sirva al Señor. De esta clase de personas, estamos viendo muchas.
A fin de que la persona salva y regenerada pueda expresar la vida del Señor, necesita dar dos pasos. El primero es creer, que consiste en recibir la vida nueva, y el segundo, es consagrarnos, que consiste en entregar al Señor nuestro hombre exterior para que la vida nueva se exprese.
 Es como tener una casa rodeada por un terreno. Podemos pensar que la casa es el hombre interior, y que el terreno que la rodea es el hombre exterior. Si la casa pertenece a una persona, y el terreno a otra, habrá problemas.
Por consiguiente, tan pronto como un hombre cree, debe consagrar su vida al Señor.
La consagración consiste en entregar nuestro hombre exterior al Señor, para que le pertenezca a Él, de la misma forma que el hombre interior.
Muchos creyentes no se han definido todavía. Cuando se les pregunta si son salvos, dicen que sí. Pero a pesar de que son salvos, su hombre exterior nunca ha sido tocado. La vida interior que tienen está limitada al no poder expresarse.
Por consiguiente, no debemos simplemente creer en el Señor y quedarnos en la etapa de ser salvos y regenerados.
También debemos consagrar nuestro hombre exterior al Señor. Si un hombre está dispuesto a consagrar al Señor su mente, su parte afectiva y su voluntad, expresará la vida del Señor.
El problema que vemos hoy, es que aunque muchos se han consagrado, lo hacen a su propio antojo. Se consagran sólo cuando quieren hacerlo, y cuando no quieren, no lo hacen. La mayoría de las personas son guiadas por su intelecto y sus emociones, y su interés fundamental es satisfacer su propia carne.
Qué bendición sería si pudiésemos consagrarnos por completo al Señor para conocer Su voluntad.
¡Cuán glorioso es que un pecador, un hombre de polvo, pueda consagrarse y conocer la voluntad de DIOS!
Esta es la meta que todo creyente debería tener.
Dios les bendiga abundantemente.

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