viernes, 10 de agosto de 2018

Leyendo... Jeremías capítulo 51



LECTURA DIARIA:
Jeremías capítulo 51

Los aventadores trabajaban para separar el trigo de la paja. Cuando aventaban la mezcla al aire, el viento hacía volar la paja carente de valor mientras que el trigo limpio caía a tierra. A Babilonia la arrasarían como el viento a la paja.

Sigue la serie de profecías contra Babilonia. El estilo es muy similar al del capítulo anterior: exhortación al ataque contra la nación opresora. Jehová la castiga por su insolencia y, sobre todo, por haber oprimido desmesuradamente a su pueblo, Israel.
Dios va a enviar un espíritu exterminador contra Babilonia; es el genio conquistador de Ciro, que va a acabar con la arrogancia del imperio mesopotámico.
El pensamiento del profeta se vuelve, en medio de la lucha, a Israel, objeto de las predilecciones de Jehová. La cautividad pudo dar a entender que Israel y Judá habían sido abandonados totalmente por su Dios, como viudas que se han quedado sin marido; pero no es así: No son ya Israel ni Judá viudas de su Dios. Jehová había escogido al pueblo elegido como esposa de su juventud, y seguía amándolo; por eso nunca podrá abandonarlo totalmente.
Después de afirmar que Dios no ha abandonado a Israel y a Judá en el momento de la ruina de Babilonia, invita a todos los exilados, principalmente a los israelitas, a salir de la ciudad para que salven su vida. La iniquidad de la nación caldea ha sido colmada, y ha llegado la hora de las reivindicaciones divinas. Babel ha sido un instrumento de la justicia divina, haciendo las veces de una copa de oro que ha de pasar de labio en labio de las otras naciones a las que había que castigar. Esa copa de oro en manos de Jehová está rebosante de la cólera divina sobre los pueblos.
El profeta invita irónicamente a que se le ponga un remedio a la situación ruinosa, al mismo tiempo que entona un canto fúnebre: gemid por ella, id en busca de bálsamo para su herida. Los que asisten a la catástrofe no pueden creer en la ruina definitiva de la gran nación, y buscan un remedio desesperado, respondiendo a la invitación del profeta; pero han constatado que no hay solución: Hemos querido curar a Babilonia, pero no se ha curado.
En esta ruina de la nación opresora reconocen los israelitas la mano justiciera de su Dios: Jehová ha hecho justicia a nuestra causa. Israel había sido culpable ante su Dios, pero Babilonia se había excedido en el castigo, oprimiéndolo excesivamente, destruyendo su santuario y pretendiendo prolongar indebidamente el tiempo de la cautividad. Pero, al castigar Jehová a Babilonia, ha hecho justicia a la causa de su pueblo. Por eso de las gargantas de los libertados sale un canto de alabanza a su Dios: Anunciemos en Sión la obra de Yahvé, que los ha salvado, manifestando así la fidelidad a sus promesas.

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