jueves, 9 de agosto de 2018

Leyendo... Jeremías capítulo 50



LECTURA DIARIA:
Jeremías capítulo 50

En estilo dramático, el profeta anuncia el castigo de la opresora Babilonia. Todos los pueblos son invitados a caer sobre ella en la medida que fueron oprimidos por su omnipotente fuerza.

Babilonia era la gran opresora de todos los pueblos del Antiguo Oriente, digna sucesora de la insoportable Asiría. Por eso la caída de Babilonia suscita una alegría incontenible en todos los corazones oprimidos. Nabucodonosor había sido elegido como instrumento de la justicia de Dios, pero se había excedido en su cometido, y, sobre todo, se había considerado como omnipotente, sin consideración para con el Dios de Israel, que le había dado la victoria. Por eso la justicia divina exigía también el castigo del insolente babilonio. Ningún pueblo se substrae al poder de Dios. Todos han tenido que beber la copa de la cólera divina, y la gran opresora Babilonia no iba a quedar exceptuada.
El profeta anuncia, la caída de la común opresora: alzad bandera. Todos los pueblos oprimidos deben alegrarse ante esto. Es la hora de la liberación. Y, sobre todo, para los monoteístas israelitas era la hora de la derrota de los supuestos dioses babilonios. Los caldeos creían que, por el hecho de haber sometido a otros pueblos, sus dioses eran superiores, y se habían atrevido a ponerlos por encima del Dios de Israel.
La invasión del conquistador persa no fue en realidad a sangre y fuego, como solían ser las de los asirios y babilonios. Ciro mostró un gran talento diplomático con los pueblos vencidos, ahorrándose todas las posibles humillaciones y desgracias. Pero el profeta, al describir la invasión medo-persa, lo hace según los módulos tradicionales en las conquistas de los antiguos vencedores: desolación y muerte por doquier.
La caída de Babilonia significará para los exilados israelitas la liberación. De nuevo las doce tribus, los hijos de Israel., los hijos de Judá, se unirán para constituir la nueva y única nación de Dios.
Los años del exilio les habían hecho sentir la nostalgia de Sión, la morada tradicional del Dios de sus antepasados. Por eso, cuando llega la hora del retorno, no tienen otra obsesión que volver a Jerusalén, centro de sus aspiraciones espirituales y nacionales.
El profeta urge, en nombre de Dios, la salida a todos los que están deportados en Babilonia, porque se acercan los días de la invasión y destrucción de la gran metrópoli.
Después de entrar Ciro en Babilonia se dieron las máximas facilidades para que todas las colonias de extranjeros que estaban exilados por la fuerza se reintegraran a sus tierras respectivas, entre ellas la de los judíos, dispersos por Mesopotamia.
La atención del profeta se dirige hacia su pueblo Israel, que ha sido tratado como una oveja dispersa, indefensa ante los leones que la dispersaron.

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