viernes, 30 de marzo de 2018

Un momento... EL AMOR VENCIÓ A LA MUERTE





EL AMOR VENCIÓ A LA MUERTE.
Mateo 27. 51 – 66.

El velo del templo se rasgó de arriba abajo. Ese era el velo que cubría la entrada del Lugar Santísimo, al otro lado del cual no podía entrar más que el sumo sacerdote el día de la Expiación; era el velo que, ocultaba la presencia del Espíritu de DIOS.
En la muerte de Jesús vemos el amor oculto de DIOS, y el acceso a la presencia de DIOS qué había estado cerrado a toda la humanidad está ahora abierto. 
La vida y la muerte de Jesús nos muestran cómo es DIOS, y quitan para siempre el velo que se ocultaba a la humanidad.
Se abrieron las tumbas. La verdad que esto nos revela es que Jesús conquistó la muerte. Al morir y resucitar, Él destruyó el poder de la tumba. A causa de Su vida, Su muerte y Su Resurrección, la tumba ha perdido su poder, el sepulcro ha perdido su terror, la muerte ha perdido su tragedia.
Porque estamos seguros de que, como Él vive, nosotros también viviremos.
Jesús anunció el poder de la Cruz; y el centurión fue su primer fruto. La Cruz le movió a ver la majestad de Jesús, como ninguna otra cosa le había movido. Tenemos la sencilla mención de las mujeres que vieron el final.
Todos los discípulos le abandonaron y huyeron, pero las, mujeres se mantuvieron. Se ha dicho que, al contrario que los hombres, las mujeres no tenían nada que temer, porque su posición pública era tan poco importante que nadie se fijaría en las discípulas. Pero es más que eso. Estaban allí porque amaban a Jesús; y para ellas, como para tantos otros, el perfecto amor desecha el temor.
Más adelante aquel mismo día vino un hombre rico de Arimatea que se llamaba José, que era un discípulo de Jesús. Se dirigió a Pilato, y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se le diera; así es que José tomó el cuerpo, y lo envolvió en lino limpio, y lo puso en una tumba nueva que había abierto en la roca. Y rodó una piedra muy grande para cerrar la entrada de la tumba, y se marchó. Y María de Magdalena estaba allí, y la otra María, sentadas enfrente de la tumba.
Según la ley judía, ni siquiera el cuerpo de un criminal debía dejarse expuesto toda la noche, sino que tenía que, enterrarse el mismo día. «Su cuerpo no permanecerá toda la noche sobre el madero, sino que lo enterraréis el mismo día" (Deuteronomio 21.22)
Esto era doblemente obligatorio cuando, como en el caso de Jesús, el día siguiente era sábado. Según la ley romana, los parientes de un criminal podían solicitar su cuerpo para enterrarlo; y si no lo solicitaba nadie se dejaba a merced de los perros y de los animales carroñeros.
Ninguno de los parientes de Jesús estaba en posición de reclamar Su cuerpo, porque eran todos galileos, y ninguno tenía una tumba en Jerusalén. Así que José de Arimatea intervino. Se dirigió a Pilato y solicitó que le permitiera hacerse cargo del cuerpo de Jesús. Se le concedió, y lo puso en una tumba en la roca en la que no se había enterrado a nadie.
No cabe duda de que al final José desplegó el mayor valor. Se manifestó como simpatizante de un criminal crucificado; enfrentó el resentimiento posible de Pilato; y también el previsible odio de los judíos.
Los principales sacerdotes y los fariseos se dirigieron a Pilato al día siguiente, que era el día después de la Preparación. Jesús fue crucificado el viernes. El sábado era el día de descanso de los judíos. Las horas desde las 3 hasta las 6 de la tarde del viernes se llamaban la víspera o la preparación. Según la manera judía de contar, el nuevo día empezaba a las 6 de la tarde. Por tanto, el sábado empezaba a las 6 de la tarde del viernes, y las últimas horas del viernes eran la preparación. Los fariseos se dirigieron de hecho a Pilato con su petición el sábado.
Si fue eso lo que hicieron, está claro que quebrantaron la ley del sábado. Si esto es exacto, no hay ningún otro incidente que muestre más claramente que este lo desesperadamente ansiosas que estaban las autoridades judías en eliminar a Jesús.
A fin de asegurarse de que estaba definitivamente fuera de su camino, estaban dispuestos a quebrantar hasta sus leyes más sagradas.
Estos judíos acudieron a Pilato diciéndole que Jesús había dicho que resucitaría a los tres días. No reconocían haber tenido en cuenta la posibilidad de que pudiera ser cierto; pero creían que los discípulos podían ingeniárselas para robar el cuerpo, y decir que había resucitado.
Ellos, por tanto, querían tomar medidas para vigilar la tumba. La respuesta de Pilato fue complaciente: «Aseguraos todo lo que podáis.» Es como si Pilato, desde luego inconscientemente, dijera: «Mantened a Cristo en la tumba -si podéis.» Ellos tomaron todas las medidas que pudieron. La entrada de estas tumbas en la roca se cerraba con una gran piedra redonda, como de molino, que se rodaba por un surco.
Ellos la sellaron, y colocaron allí una guardia especial.
No se habían dado cuenta de que no había tumba en el mundo que pudiera retener al Cristo Resucitado.
Todos los planes humanos no podrían atar al Señor Resucitado. El intentar ponerle ligaduras a Jesucristo es una tarea desesperada que el enemigo quiso hacer desde ese momento.
Pero ¡Aleluya! No lo logró ni lo logrará jamás.
Dios les bendiga abundantemente.

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