jueves, 8 de noviembre de 2018

Un momento... LA CORRUPCIÓN EL MAL DE LA SOCIEDAD



UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
LA CORRUPCIÓN EL MAL DE LA SOCIEDAD

Cuando escuchamos el término corrupción, inmediatamente pensamos en el gobierno y en los políticos o funcionarios públicos; olvidando que la corrupción está presente en casi todos los ámbitos de nuestra sociedad.

Por ejemplo, hay quienes la usan para evadir su responsabilidad, como cuando le ofrecen dinero al agente para que no les dé una multa por exceso de velocidad.
Otros la usan como un recurso, es decir, como un medio para obtener de forma rápida y sin tanta burocracia el bien o el servicio necesitado; como es el caso del particular que le ofrece dinero al empleado público para que tramite su petición primero y antes que la de los demás, que llevan días esperando su turno.
¿Quién es el corrupto? ¿El empleado público que recibe el dinero o el particular que lo entrega? Es evidente que ambos son igualmente corruptos y, dicho sea de paso, esta conducta que parece tan inocente para muchos, es delito para ambas partes.
La corrupción siempre conlleva la búsqueda de un beneficio para quienes la practican, y esta conducta que se concreta en extender la mano para ofrecer o recibir dinero a cambio de un bien o servicio, lo que entendemos como soborno, abarca también en todo su proceso de formación comportamientos como: torcer el derecho o la justicia, hacer acepción de personas, mentir, ser testigos falsos, robar, manipular, etc. Todos estos y muchos más, son los comportamientos o los verbos rectores mediante los cuales se comete el acto de la corrupción.
Para simplificarlo, cualquier resultado que se logre de manera oscura o turbia, quebrantando e incluso esquivando las normas legales o éticas, ¡es corrupción!
Puede decirse que la corrupción es casi tan antigua como el ser humano; porque la lucha por el poder, la ambición, la codicia e incluso la necesidad, ha llevado a que la humanidad en general piense equivocadamente: que el fin justifica los medios.
La mentira, que es un componente que nunca falta cuando se trama un acto de corrupción, ya que hay que mentir para disimular la realidad, ha permeado nuestras sociedades a un punto tal, que muchos la consideran un medio legítimo para alcanzar sus fines. El político en campaña miente diciendo lo que el pueblo quiere escuchar, aunque él mismo piense otra cosa. El pueblo sabe que miente, pero al mismo tiempo piensa: “eso es lo que los políticos hacen”. Las compañías mienten en los anuncios publicitarios de sus productos y la ley lo sabe; pero: “eso es lo que tienen que hacer porque de otra forma no venderían suficiente”. Lo cierto es que esa mentira legitimada, esa falta de integridad tanto personal como institucional, es la que sienta las bases que sostienen la corrupción.
Es Satanás, el padre del engaño y de la mentira, quien ha llevado a la humanidad por un sendero de egoísmo y destrucción que es diametralmente opuesto a la verdad y a la ley que DIOS enseña en su Palabra.
En Juan 8.44  leemos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”.
Desde hace miles de años, el manual de instrucciones que DIOS le dejó a la humanidad, la Biblia, nos enseña no solamente las leyes que traen verdadera justicia, sino también los sistemas y las prácticas económicas y mercantiles que aseguran la prosperidad y la distribución equitativa de la riqueza; a la vez que cuidamos y protegemos nuestro medio ambiente.
En Deuteronomio 16.19-20 leemos: “No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos. La justicia, la justicia seguirás”.
Y en Deuteronomio 11.18-19 leemos: “Pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes”.
Si en lugar de enseñarles a nuestros hijos y jóvenes que mentir es normal, que la ley se puede evadir o que es legítimo empobrecer a los demás, les enseñamos a vivir en integridad respetando la justicia, respetando al prójimo sin importar su condición social o su país de nacimiento; si les enseñamos a repudiar la mentira y el soborno, entonces empezaremos a combatir las causas de esta enfermedad desde el núcleo más pequeño de la sociedad: la familia, hasta su mayor expresión: el Estado.
“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22.6)
Rescatando los valores desde el seno de nuestra familia y educando hijos con integridad moral, tendremos adultos honestos y responsables que lucharán por la verdadera justicia y equidad social.
Dios les bendiga abundantemente.

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