jueves, 28 de julio de 2016

Leyendo... Éxodo capítulo 28

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LECTURA DIARIA:
Éxodo capítulo 28

Hasta aquí los jefes de las familias hacían de sacerdotes y ofrecían los sacrificios; pero ahora este oficio quedó restringido exclusivamente a la familia de Aarón; y así continuó hasta la dispensación del evangelio. 
Las vestiduras santas no solamente distinguían a los sacerdotes del pueblo, además eran emblemas de la conducta santa que siempre debe ser la gloria y la belleza, la marca de los ministros de la religión, sin la cual sus personas y sus ministerios serían despreciables. También tipificaban la gloria de la majestad Divina, y la belleza de la santidad completa que hizo de Jesucristo el gran Sumo Sacerdote.
Como sumo sacerdote, Aarón desempeñaba el papel de cabeza de los representantes del pueblo ante Dios; a la inversa, también representaba a Dios ante el pueblo.
La autoridad de Moisés vino de Dios con revelación directa, mientras que la de Aarón vino de su cargo, por medio del señalamiento divino. Moisés no tenía vestiduras especiales, pero Aarón necesitaba «vestiduras sagradas», que le daban belleza y gloria. El cargo de Aarón y su atuendo eran esenciales para poner de manifiesto su autoridad sobre el pueblo, mientras Moisés no necesitaba ninguno de estos adornos. Éste era humilde y modesto, pero en momentos cruciales, cuando hacía falta tomar claras y firmes decisiones, era exigente y autoritario.
Dios le estaba enseñando a su pueblo cómo adorarlo. Para ello, necesitaba ministros que supervisaran las operaciones del tabernáculo y que ayudaran al pueblo a mantener su relación con Dios. A estos hombres se les llamó sacerdotes y levitas, y sólo podían ser descendientes de la tribu de Leví.
A los sastres que confeccionaron las vestiduras de Aarón se les confirió sabiduría divina para realizar la tarea.
El efod, de obra primorosa, era la vestidura exterior del sumo sacerdote; el efod sencillo de lino lo usaban los sacerdotes inferiores. Era una túnica corta, sin mangas, bien amarrada al cuerpo con un cinto. Las hombreras iban abotonadas con piedras preciosas engastadas en oro, una en cada hombro, sobre el cual estaban grabados los nombres de los hijos de Israel.
Como la túnica de Cristo no tenía costuras, sino era tejida de arriba abajo, así era el efod. Las campanas de oro del efod, por su sonido agradable y su preciosidad, representan bien la buena profesión que hacen los santos y las granadas, el fruto que ellos llevan.
El adorno principal del sumo sacerdote era el pectoral, una rica pieza de tela de obra primorosa. El nombre de cada tribu estaba grabado en una piedra preciosa, fijada al pectoral, para significar cuán preciosos y honorables son los creyentes a ojos de Dios. Por pequeña y pobre que fuera la tribu, era como una piedra preciosa en el pectoral del sumo sacerdote.
El sumo sacerdote tenía los nombres de las tribus sobre sus hombros a la vez que sobre su pecho, lo cual nos recuerda del poder y amor con que nuestro Señor Jesús intercede por lo suyos. No sólo los lleva en sus brazos con poder omnipotente sino que los lleva en su regazo con tierno afecto.
El Urim y Tumim por el cual se daba a conocer la voluntad de Dios en casos dudosos, estaba en el pectoral. Urim y Tumim significan luz e integridad. Hay muchas conjeturas sobre qué eran; la opinión más probable parece ser que eran las doce piedras preciosas del pectoral del sumo sacerdote.
El manto del efod iba debajo del efod y llegaba hasta las rodillas; no tenía mangas. Aarón debía ministrar vestido con las vestiduras asignadas.
Una lámina de oro estaba fijada a la frente de Aarón, con el grabado de “Santidad al Señor”. Por ese medio se recordaba a Aarón que Dios es santo y que sus sacerdotes deben ser santos, consagrados al Señor. Esta debía estar en la frente de ellos como profesión abierta de la relación de ellos a Dios. Debía ser grabada como grabadura de sello, profunda y durable; no pintada para que se borre, sino firme y duradera; tal debe ser nuestra santidad al Señor. Cristo es nuestro Sumo Sacerdote; por medio de Él nos son perdonados los pecados y no se cargan a nuestra cuenta. Nuestras personas, nuestras obras, son agradables para Dios por cuenta de Cristo y no de otro modo.

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