domingo, 17 de julio de 2016

Leyendo... Éxodo 20. 13 - 26

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LECTURA DIARIA:
Éxodo 20. 13 - 26

Las leyes de la segunda tabla, esto son, los últimos seis de los diez mandamientos, afirman nuestro deber para con nosotros mismos y de unos a otros, y explican el gran mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Mateo 22. 38 – 40) La santidad y la honestidad deben ir juntas.
El sexto mandamiento, consiste en privar a alguien intencionalmente de su vida. Se inspira en la santidad de la vida humana ante los ojos de Dios.
El verbo hebreo traducido por matar se usa en el AT para designar el asesinato cometido con premeditación y también el homicidio involuntario, por negligencia o imprudencia. Lo que prohíbe este mandamiento es el asesinato, es decir, el hecho de atentar contra la vida del prójimo en forma ilegal derramando sangre inocente.
El séptimo mandamiento, comprende todo tipo de infidelidades. Aunque está dirigido a la conservación de la pureza en el matrimonio, también tiene que ver con el principio que rige nuestras relaciones con Dios y con las demás personas. El concepto de pureza también se aplica a nuestros pensamientos.
El octavo mandamiento es en cuanto al respeto de la propiedad ajena. La porción de cosas de este mundo que se nos ha asignado, en tanto se obtenga en forma honesta, es el pan que Dios nos ha dado; por lo cual debemos estar agradecidos, contentos y, en el uso de medios legítimos, confiar en la providencia para el futuro. Aprovecharse de la ignorancia, la comodidad o la necesidad del prójimo, y muchas otras cosas, quebrantan la ley de Dios, aunque la sociedad no vea culpa en ello.
Los saqueadores de reinos, aunque estén por encima de la justicia humana, quedan incluidos en esta sentencia. Defraudar al público, contraer deudas sin pensar en pagarlas o evadir el pago de las deudas justas, la extravagancia, vivir de la caridad cuando no es necesario, toda opresión del pobre en sus salarios; estas y otras cosas quebrantan este mandamiento, que exige el trabajo, y tratar a los demás como quisiéramos que ellos nos traten a nosotros en cuanto al patrimonio de este mundo.
El noveno mandamiento se preocupa de nuestro buen nombre, del propio y del prójimo. Prohíbe hablar falsamente de cualquier cosa, mentir, hablar con equívocos y planear o pretender engañar en cualquier forma a nuestro prójimo. Hablar injustamente contra nuestro prójimo, dañar su reputación. Dar falso testimonio contra él o, en la conversación corriente, calumniar, murmurar y andar con chismes; tergiversar lo que se ha hecho, exagerar, y pretender de cualquier forma mejorar nuestra reputación degradando la fama del prójimo. ¡Cuántas veces quebrantan a diario este mandamiento personas de todos los rangos!
El décimo mandamiento golpea la raíz: “No codiciarás”. Los otros prohíben todo deseo de hacer lo que será un daño para nuestro prójimo; este prohíbe todo deseo ilícito de tener lo que nos produzca placer a nosotros mismos.
Dios le habla a su pueblo con un despliegue de poder majestuoso.
En Sinaí, el despliegue imponente de luz y sonido era necesario para mostrar a Israel el gran poder y autoridad de Dios. Sólo entonces escucharían a Moisés y a Aarón.
Moisés le dijo al pueblo:"¡No teman!" Dios no trataba de asustar al pueblo. Estaba mostrando su gran poder para que los israelitas supieran que era el Dios verdadero y por lo tanto lo obedecieran. Si así lo hacían, haría que su poder estuviera disponible para ellos.
El pueblo de Dios no tenía Biblia ni muchas tradiciones religiosas de las que aprender. Dios tenía que comenzar de cero y enseñarles cómo adorarlo. Dios dio instrucciones específicas acerca de la construcción de los altares porque quería controlar la forma en la que se ofrecían los sacrificios. Para evitar que la idolatría se mezclara con la adoración, Dios no permitió que las piedras del altar se cortaran o se moldearan de forma alguna. Ni tampoco permitió que el pueblo construyera un altar en cualquier parte. Esto fue diseñado para evitar que comenzaran sus propias religiones o que efectuaran cambios en la forma en que Dios quería que las cosas se hicieran.

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