domingo, 24 de julio de 2016

Leyendo... Éxodo capítulo 24

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LECTURA DIARIA:
Éxodo capítulo 24

Una vez revelado el pacto y explicado el terreno de la futura relación de Dios con Israel, la ratificación del mismo es registrada en este capítulo. 
Como preparación a esto, Moisés, Aarón, Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel, fueron llamados a subir ante Dios. Pero no todos se podían acercar, sino solo Moisés. Moisés haría las veces de mediador entre Dios y los hombres.
Moisés no merecía más el acceso a Dios que sus compañeros. Fue le gracia sola que le confirió ese lugar especial. La ley, en efecto, "teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan" (Hebreos 10.1); pero en la gracia tenemos, por medio de Cristo, entrada por un mismo Espíritu al Padre (Efesios 2.18). De alguna manera Moisés, en el lugar que disfrutó, fue un tipo del creyente.
No puede dejar de llamar la atención el hecho de que los nombres de Nadab y Abiú aparezcan mencionados. Ambos eran hijos de Aarón, y con su padre fueron seleccionados para este privilegio singular. Pero ni la luz ni el privilegio pueden asegurar salvación.
Ambos encuentran, después, un final terrible. (Levítico 10. 1, 2). Fueron consagrados al sacerdocio, y fue mientras ellos estaban en el desempeño de su deber en este cargo, o más bien debido a su fracaso en él, que cayeron bajo el juicio de Dios.
Moisés, a continuación, descendió al pueblo, y les refirió "todas las palabras de Jehová, y todas sus leyes. Y respondió todo el pueblo a una voz: ¡Nosotros haremos todo cuanto Jehová ha dicho!" (Éxodo 24.3). A pesar del terror de sus corazones ante las señales de la presencia y majestad de Dios sobre el Sinaí, los hebreos seguían siendo un pueblo insensato. Seguían siendo ignorantes acerca de Dios. De ahí que una vez más se expresan como dispuestos a prometer obediencia como condición de bendición.
Dios había hablado, y ellos habían asentido, y ahora, el acuerdo debía ser confirmado y ratificado.
En el Antiguo Testamento, Dios aceptaba la muerte de un animal como sustituto del pecador. La sangre derramada del animal era la prueba de que se había dado una vida por otra. Así, por un lado, la sangre simbolizaba la muerte del animal, pero por otro simbolizaba la vida que como resultado de esto se había salvado. Por supuesto que la muerte del animal que acarreaba perdón en el Antiguo Testamento era sólo una provisión temporal, esperando la muerte de Jesucristo (Hebreos 9.9-10.24).
En esta ceremonia, Moisés roció la mitad de la sangre de los animales sacrificados sobre el altar para mostrar que el pecador podía acercarse una vez más a Dios porque algo más había muerto en su lugar. Y roció la otra mitad de la sangre del sacrificio sobre el pueblo para mostrar que el castigo de su pecado había sido pagado y podían reunirse con Dios. Mediante este acto simbólico, las promesas de Dios a Israel se reafirmaron y aprendieron lecciones espirituales acerca de la futura muerte sacrificial (o expiación) de Jesucristo.
Los ancianos vieron al Dios de Israel; tuvieron un vistazo de su gloria, aunque lo que hayan visto fuera algo de lo que no podían hacer imagen ni retrato alguno, bastó para satisfacerlos de que Dios estaba con ellos de verdad. Nada se describe sino lo que estaba bajo sus pies. Los zafiros eran el pavimento bajo sus pies.
Moisés estuvo en el monte cuarenta días y cuarenta noches ante la presencia de DIOS.

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