miércoles, 6 de julio de 2016

Leyendo... Éxodo capítulo 10

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LECTURA DIARIA:
Éxodo capítulo 10

Dios dijo a Moisés que estas experiencias milagrosas con Faraón debían ser transmitidas a sus descendientes.

¡Qué historias podía contar Moisés! Viviendo uno de los más grandes dramas de la historia bíblica, Moisés era testigo de sucesos que muy poca gente podría ver. Moisés anuncia a Faraón la plaga de langostas. Esta plaga debía ser mucho peor que cualquiera de esa clase que se hubiera conocido.
Porque las langostas devorarían el trigo que ya había germinado y brotado. Con el ganado diezmado por la pestilencia y el granizo, y con el lino y la cebada destruidos por el granizo, la destrucción de la cosecha del trigo causaría una gran mortandad por el hambre en Egipto.
Por eso los sirvientes de Faraón le persuadieron para que se pusiera de acuerdo con Moisés para dejar ir a adorar al pueblo hebreo.
En ese momento Faraón quiere dejar que vayan solo los varones, pretendiendo falsamente que esto era todo lo que ellos deseaban. Con las mujeres y niños retenidos como rehenes, Faraón pensaba que los israelitas ciertamente regresarían.
Como Faraón no permitió que fueran, Dios le dijo a Moisés que extendiera su mano y la langosta vino y se comió lo que quedó de las cosechas tras el paso de la tormenta de granizo, poniendo en peligro la supervivencia de la gente.
Al ver el desastre que produjo la plaga de langostas sobre toda la vegetación en Egipto, Faraón pide a Moisés y Aarón que oren por él.
Este aparente cambio de actitud contrasta con la arrogancia mostrada hasta ahora. El Faraón parece dispuesto a ceder y hasta a reconocer su pecado; pero pronto se desdice y pone condiciones inaceptables.
Faraón regresó nuevamente a su resolución de no dejar ir al pueblo.
La plaga de las tinieblas traída sobre Egipto fue una plaga espantosa. Era oscuridad que podía palparse, tan espesa era la niebla, asombraba y aterraba.
El oscurecimiento del sol tenía un doble efecto. Primero, así demostraba Dios su poder sobre el sol, el más potente símbolo religioso de Egipto. Segundo, ello constituía un ataque frontal contra el mismo Faraón, ya que a éste se le consideraba la encarnación de Amón-Ra, el dios sol.
A medida que cada plaga descendía en Egipto, el pueblo egipcio se daba cuenta de cuán incapaces eran sus dioses para detenerlas. Apis, el "poderoso" dios del río Nilo, no pudo evitar que las aguas se convirtieran en sangre.
Hator, la diosa-vaca, se vio indefensa cuando el ganado egipcio murió en manadas. Amón-Ra, el dios sol y jefe de los dioses egipcios, no pudo detener la misteriosa oscuridad que cubrió la tierra durante tres días completos. Los dioses egipcios eran imágenes impersonales como el sol y el río, numerosos, y  adorados junto con muchos otros dioses. Al contrario, el Dios de los hebreos era un Ser personal viviente, el único Dios verdadero y el único Dios al que debían adorar. Dios les estaba probando, tanto a los hebreos como a los egipcios, que El sólo era el Dios viviente y todopoderoso.

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