viernes, 15 de julio de 2016

Leyendo... Éxodo capítulo 19

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LECTURA DIARIA:
Éxodo capítulo 19

Tres meses después de salir de Egipto, los israelitas llegaron al pie del Monte Sinaí o Monte Horeb. Su estación anterior había sido Refidim. Los eventos relatados desde Éxodo 19.1 hasta Números 10.10, ocurrieron en el Sinaí, donde acamparon casi un año.
Moisés ascendió nuevamente al monte donde Jehová se le había revelado por primera vez y lo había enviado a liberar a Israel. Esta vez lo llamó para darle instrucciones para el pueblo. Dios iba a prepararlo para concertar el Pacto Mosaico o Sinaítico.
Si Israel obedecía la voz del Señor y guardaba su pacto, sería su “especial tesoro sobre todos los pueblos de la tierra”.
Así, Israel sería para Dios “un reino de sacerdotes y gente santa”. Sería entrenado en los caminos de Dios y Su verdad, para llevar luz a todas las naciones.
Éxodo 19.5 y 6 es a menudo llamado la Gran Comisión del Antiguo Testamento, así como Mateo 28:18-20 lo es en el Nuevo Testamento.
Realmente dice que las doce tribus de Israel serían una teocracia, una nación gobernada por Dios, teniendo como su constitución los Diez Mandamientos, que eran la expresión de la voluntad de Dios en diez grandes principios, y la regla por medio de la cual Él gobernaría a sus súbditos. Para aplicar estos principios, se les dio la ley civil, con castigos y directrices para hacerla cumplir.
Moisés llamó a los ancianos del pueblo y les comunicó lo que él había recibido de Dios. El pueblo unánimemente respondió: “Todo lo que Jehová ha dicho haremos”. Y Moisés repitió a Dios el ofrecimiento del pueblo.
Dios instruyó a Moisés sobre cómo les daría Su Ley: vendría en una nube espesa para que el pueblo oyera y viera la forma especial en que Él hablaba con su siervo, para que así le creyeran.
Dios comenzó un proceso para enseñarles acerca de Su Santidad. El pueblo, antes de recibir la Ley, debía estar limpio: “Santifícalos hoy y mañana; y laven sus vestidos”.
Hay dos principios, la limpieza, pureza y santidad interna deben mostrarse también en la apariencia exterior, orden, modestia, pudor, honestidad, decencia.
La limpieza exterior, sin pureza y santidad internas, no pasa de ser mera higiene física y decoración. Si con ella se pretende aparentar virtud interior, se cae en hipocresía.
Dios se mostraría con poder sobre el Sinaí, para ser visto y oído por el pueblo. En medio de una nube con truenos. También les enseñó reverencia. No debían subir al monte, ni tocar sus límites, pues había pena de muerte para los infractores: tanto humanos como animales serían lapidados (apedreados) o asaeteados (con saetas o flechas). Así, los que ejecutaran a los infractores, no los tocarían, pues morirían igualmente. La montaña no era sagrada, era una limitación temporal mientras Dios daba Sus leyes.
El pueblo se santificó. Los israelitas lavaron sus vestidos, se abstuvieron de relaciones sexuales, no porque fueran pecado, sino por el baño ceremonial que debían efectuar después, para estar ritualmente purificados- (Levítico 15.18).
Hubo dos días de purificación. El tercer día llegó con truenos, relámpagos, una nube espesa y un sonido de bocina tan fuerte, que todo el pueblo se estremeció. Moisés guió al pueblo “para recibir a Dios; y todos se detuvieron al pie del monte”.
El monte humeaba, pues Dios había descendido en fuego. Subía el humo y el monte temblaba grandemente.
El diálogo entre Moisés y Jehová era impresionante, el humilde siervo hablaba con la divinidad.
Dios llamó a Moisés hasta la cima. Allí le reiteró la recomendación de que el pueblo no debía pasar más allá de los límites establecidos, pues podría haber mortandad.
Los ancianos, pues aún no había sido establecido el sacerdocio, debían santificarse para no ser castigados. No debían confiar en su posición privilegiada. Moisés le dijo a Dios que ya había ordenado no trasponer los límites.
Dios envió a traer a Aarón, quién más tarde sería sacerdote, pero los demás sacerdotes no debían pasar los límites fijados. Moisés instruyó al pueblo debidamente.
Israel debía aprender los conceptos de purificación, santidad y reverencia, pues estaba tratando con Dios todopoderoso y santo.

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