UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
¿QUÉ
ES LA VICTORIA?
Efesios
1. 3 nos dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Que
nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”.
Cuando
fuimos salvos, la gracia de DIOS llenó de gozo nuestros corazones. En ese
entonces nuestra vida estaba llena de esperanza; creímos que desde ese momento
todos nuestros pecados quedarían bajo nuestros pies. Pensamos que de ahí en
adelante podríamos vencerlo todo.
En
el momento de nuestra salvación creímos que no había ninguna tentación que
fuera tan grande que no pudiéramos vencer, ni dificultad que no pudiéramos
superar. Nuestro futuro estaba lleno de una esperanza gloriosa. Por primera vez
gustamos la paz del perdón y saboreamos el gozo.
Era
muy agradable y sencillo tener comunión con DIOS. Nos sentíamos llenos de gozo
y de felicidad.
En
ese entonces pensábamos que cada día sería un día de victoria.
Sin
embargo, esta maravillosa condición no duró mucho, y nuestra maravillosa
esperanza no se hizo realidad. Los pecados que creíamos se habían ido o que
habíamos vencido de repente regresaron. Pensábamos que ya los habíamos dejado
atrás, pero volvieron.
Nuestro
antiguo mal genio regresó; el orgullo volvió; y nuestra envidia apareció otra
vez. Tal vez tratamos de leer la Biblia pero fue inútil. Quizás orábamos, pero
ese dulce sabor ya no estaba allí. El anterior celo por las almas perdidas se
había desvanecido.
El
amor comenzó a menguar. Algunos asuntos sí habían sido solucionados, pero otros
no los pudimos resolver. Nuestra canción diaria se volvió una canción de
derrota y no de victoria. Llegamos a experimentar más fracasos que victorias en
nuestra vida cotidiana.
Comenzamos
a sentir un gran vacío interior. Al compararnos con Pablo, Juan, Pedro y con
los cristianos del primer siglo, pensábamos que había una gran diferencia entre
sus experiencias y la nuestra. No podíamos ayudar a otros; sólo les podíamos
hablar del lado victorioso de nuestra experiencia.
No
podíamos hablarles del lado en que habíamos fracasado. Creíamos que los días de
victoria eran pocos, y que los días de fracaso eran numerosos. Vivíamos
diariamente en miseria. Esta es la experiencia común de muchos cristianos.
Cuando
fuimos salvos pensamos que ya que nuestros pecados habían sido perdonados,
nunca regresarían. Creímos que la paz y el gozo que experimentamos
permanecerían siempre con nosotros. Lamentablemente, los pecados y las
tentaciones regresaron.
Como
consecuencia, caemos en profundo desánimo, reprimimos los pecados de manera
consciente, o nos resignamos pensando que la victoria es imposible.
Hermanos
y hermanas, quisiera hacerles una pregunta delante de Dios: Cuando el Señor
Jesús fue a la cruz, ¿Son Sus logros en la cruz insuficientes para hacer que le
sirvamos en santidad y justicia? ¿Derramó El Su sangre en la cruz con el fin de
librarnos del castigo del infierno solamente, más no del dolor del pecado?
¡El
Señor lo logró todo en la cruz! Cuando estuvo en la cruz no sólo le puso fin al
dolor del infierno sino también al dolor del pecado. El no sólo se acordó del
dolor del castigo del pecado, sino también del dolor del poder del pecado.
El
preparó un camino de salvación para nosotros, que nos hace aptos para vivir en
la tierra de la misma manera que Él vivió.
Su
obra redentora no nos dio la posición y la base para ser salvos sólo de una
manera superficial, sino también para que fuésemos salvos plenamente.
La
salvación que el Señor nos ha provisto no es la salvación del flotador sino la
de la barca. Él no se detendrá a mitad de camino dejándonos entre la vida y la
muerte. El salvará a Su pueblo de los pecados. Él no nos deja en los pecados.
Nuestra
victoria es Cristo, en Él somos más que victoriosos.
“Estad, pues,
firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de
esclavitud”. Gálatas
5. 1.
“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores
por medio de aquel que nos amó”. Romanos 8. 37.
Dios
les bendiga abundantemente.
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