LECTURA
DIARIA:
Sofonías
capítulo 1
Josías
buscó a Dios y durante su reinado se halló en el templo los libros de la Ley.
Después de leerlos, Josías comenzó un gran avivamiento religioso en Judá.
Sofonías ayudó a este avivamiento al advertir al pueblo que vendría juicio si
no abandonaba su pecado. A pesar de que este gran avivamiento llevó a la nación
a Dios, no eliminó del todo la idolatría y solo duró un corto tiempo. Doce años
más tarde, Babilonia conquistó a Judá y la envió al cautiverio.
Empleando
un lenguaje poético, Sofonías profetiza un juicio universal, el cual incluye
una Judá errante. Su profecía se cumple parcialmente con la caída de Jerusalén
en el 587 a.C. Su propósito fundamental, sin embargo, se refiere al trato de
Dios, tanto hacia sus enemigos espirituales como físicos, a través de la
historia. Esto sería especialmente verdad en tiempos del Mesías y se cumpliría
definitivamente en el mundo por venir.
Dios
le advirtió con claridad al pueblo de Judá. Este se negó a escuchar porque dudó
del profeta de Dios y no creyó que el mensaje proviniera de él, o porque dudó
de Dios mismo, por lo tanto, no creyó que haría lo que anunció.
Dios
comienza enjuiciando a Jerusalén, su propia casa.
Cuando
los israelitas llegaron a la tierra prometida, no la limpiaron por completo de
sus habitantes cananeos paganos, quienes adoraban ídolos. Poco a poco los
israelitas comenzaron a adorar los dioses de los cananeos. A pesar de que había
muchos dioses, Baal era el principal; simbolizaba fortaleza y fertilidad. Dios
se enojó grandemente porque su pueblo se alejó de El para adorar a Baal.
El
pueblo se convirtió en politeísta, adoraba a Dios y a todos los demás dioses de
la tierra. Añadió lo “mejor” de la adoración pagana a la verdadera fe en Dios y
esto lo corrompió. Uno de estos dioses era Moloc, el dios nacional de los
amorreos. La adoración a Moloc incluía el sacrificio de niños, un pecado
abominable. Desde los tiempos de Moisés, a los israelitas se les advirtió
acerca de la adoración de este falso dios, pero se negaron a escuchar.
El
juicio de Dios caería no sólo sobre los impíos e idólatras, sino también sobre
los que han desistido de seguir al Señor.
El
sacrificio representa a la nación culpable, en este caso Judá, que es ofrecida
ante el altar de la justicia divina. Los convidados son las naciones invitadas
para ejecutar su juicio.
En
lugar de ejemplos de justicia, los príncipes eran líderes del mal. Los que vestían
vestido extranjero no lo hacían sólo para lucir costosas vestimentas, sino para
imitar las modas de los pueblos paganos.
Usar
vestidura pagana implicaba que deseaban los dioses y estilos de vida
extranjeros. Los líderes que debieron ser un buen ejemplo para el pueblo,
adoptaban las prácticas extranjeras y por lo tanto, mostraban su desprecio
hacia el Señor y pasaban por alto sus mandamientos en contra de adoptar la
cultura pagana.
La
puerta del Pescado estaba en el muro nororiental de la ciudad. Se le llamaba
así porque el pescado capturado en el Jordán y el mar de Galilea pasaba a
través de ella. La segunda puerta (mishné, en hebreo) comunicaba con la parte
de la ciudad habitada por la clase alta, cercana al centro comercial de
Jerusalén, y desde la cual podía divisarse el templo.
Dios
escudriñaría la ciudad minuciosamente y castigaría a quienes lo merecieran. Y
porque ellos no escudriñaron sus corazones porque se complacían con el caos
moral que los rodeaba y eran indiferentes a Dios, este usaría a los babilonios
para castigarlos.
Dentro
de unos veinte años los babilonios entrarían en Jerusalén, arrastrarían al
pueblo fuera de sus refugios, los tomarían prisioneros o los matarían. Ninguno
escaparía al juicio de Dios, no habría lugar donde ocultarse.
El
gran día de Jehová estaba cerca; pronto los babilonios vendrían y destruirían
Jerusalén.
Aunque
los monarcas Manasés y Amós pagaron tributo a Asiria a cambio de la libertad de
Judá, ésta no podría sobornar al Señor.
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