UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
EL
NOMBRE DE JESÚS
“Y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte,
Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9.6).
José
tendría no solo el privilegio de servirle de padre al niño sino de ponerle un
nombre ya establecido por el cielo a los ocho días de nacido. “Jesús” era
equivalente al nombre hebreo Yehoshua o “Josué”, que significa “Jehová es
salvación”.
El
nombre dado a las criaturas en tiempos bíblicos expresaba la esperanza de los
padres respecto del futuro del recién nacido. En este caso, fue el ángel quien
expresó la misión sobrenatural del Hijo de DIOS: “Él salvará a su pueblo de sus
pecados”.
Los
judíos anhelaban que el Cristo viniese para salvar a su pueblo del poder de
Roma, para restaurar la autonomía política de Israel. Jesús no vino a eso. Él
vino para salvarnos de nuestros pecados, no en ellos. Un concepto altamente
comprometedor, uno que habla de cambios en nuestra conducta y en nuestra misma
naturaleza.
Jesús
vino a librarnos de las cadenas de la inmoralidad, el vicio, el crimen, el
odio, el egoísmo, el abuso y la miseria: del poder de un enemigo mucho más
formidable que Roma. Vino “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (S.
Lucas 19.10).
Para
los incrédulos y los críticos del cristianismo es más fácil convertirlo en un
disidente o en un revolucionario empeñado en contrariar la filosofía romana y
el pensamiento judío del primer siglo. O en un sabio o un gran maestro de la
antigüedad.
Pero
Jesús era y es el Salvador. Cuando se acepta que él en efecto tuvo la misión de
salvarnos del pecado, entonces su vida y cada uno de sus actos y palabras
cobran sentido.
Dios
amó tanto al mundo que dio a su Hijo para salvarlo.
(Juan
3.16).
Jesús
vino a salvarnos del pecado porque el pecado es la causa fundamental del
sufrimiento humano, de las guerras, la injusticia, la enfermedad y la misma
muerte. La llegada de Jesús y su sacrificio en la cruz fue el gesto de
reconciliación de DIOS con el ser humano rebelde y nos abrió una puerta hacia
la vida y la esperanza.
Por
eso es que el nombre “Jesús” es tan precioso. Porque incluye en sus letras la
promesa de la redención, la esperanza gloriosa de ser salvos para siempre. Bien
dijo el apóstol Pedro refiriéndose a ese nombre: “Y en ningún otro hay
salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos” (Hechos 4.12).
Dios
les bendiga abundantemente.
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