LECTURA DIARIA:
Isaías
capítulo 22
Esta
profecía sobre el valle de la visión (Jerusalén) trata de la invasión de
Senaquerib en el 701 a.C.
Isaías
está abatido por el alboroto de Jerusalén. Nadie ha muerto aún, pero la
estrategia militar fracasará.
Isaías
le advirtió a su pueblo, pero no se arrepintieron, así que experimentarían el
juicio de Dios. Debido a su desvelo, a Isaías le dolió el castigo y lo lamentó
en gran manera.
Los
elamitas y los hombres de Kir estaban bajo el gobierno de los asirios. Todo el
ejército asirio, incluyendo sus vasallos, se unieron en el ataque contra
Jerusalén.
Aunque
Ezequías era un buen rey, la mayoría de la gente seguía en la misma situación
en que se encontraba desde los días de Acaz. Dios permitiría una invasión asiria
que no triunfaría completamente, pero que ocasionaría grandes perjuicios a Judá
y a Jerusalén. Senaquerib había organizado un ejército internacional.
Los
líderes hicieron lo que pudieron a fin de prepararse para la guerra, obtuvieron
armas, inspeccionaron las murallas y almacenaron agua. Pero todo su trabajo fue
inútil debido a que nunca pidieron la ayuda de Dios.
«El
valle de la visión» se refiere a la ciudad de Jerusalén, donde Dios se autor
reveló. Atacarían a Jerusalén a menos que el pueblo de Dios regresara a Él. En
lugar de eso utilizó todo medio de protección posible, excepto pedir la ayuda
de Dios. Quería confiar en su ingenio, en sus armas e incluso en sus vecinos
paganos.
El
capítulo 22, se compone en realidad de dos profecías distintas en fecha y en
contenido:
(1)
la profecía contra Jerusalén, llamada simbólicamente Valle de la Visión
(2) la profecía acerca de Sebna y Eliaquim, que se relaciona con la anterior.
(2) la profecía acerca de Sebna y Eliaquim, que se relaciona con la anterior.
Sebna
parece no haber sido judío, sino un extranjero. En el versículo 16 el profeta incluye
tres veces la palabra aquí, para hacer énfasis en el hecho de que Sebna no
pertenecía al pueblo de Dios ni a Jerusalén ni tenía que ver con ellos. Sin
embargo, había mandado labrar su sepulcro allí junto a Jerusalén, alto en la
peña, a la manera de los miembros de la nobleza real de Judá.
En
los versículos 17-19 el profeta comunica el juicio divino de deposición y
eliminación contra Sebna, usando la analogía de un ovillo de hilo que después
de ser enrollado por completo es arrojado con violencia.
En
aquel día, cuando el juicio contra Sebna se cumpla, Dios mismo señalará a su
siervo Eliaquim hijo de Hilquías para ocupar el lugar de Sebna.
El
sí sería condescendiente con el pueblo que representaría.
Tanto Sebna como Eliaquim son comparados con
una estaca clavada en la pared, en un lugar firme. Pero mientras que la estaca
de Sebna cedería, y la carga que se colgó sobre ella sería destruida, de
Eliaquim dependería toda la gloria de la casa de su padre y la posteridad.
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