sábado, 26 de noviembre de 2016

Leyendo... Josué capítulo 7



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LECTURA DIARIA:
Josué capítulo 7

En el capítulo anterior de Josué 6.18, Josué dio la orden de no tomar ni tocar del anatema (cosas separadas para la destrucción). De otro modo traería destrucción al pueblo de Israel. 
Pero Acán, de la tribu prestigiosa de Judá, tomó del anatema. Jehová, por ser santo y justo, encendió su ira contra su pueblo. Su ira fue dirigida no solamente a Acán sino al pueblo en general.
Josué envió algunos a Hai para que le trajeran un informe para ayudar a planear el próximo ataque. Los enviados aconsejaron a Josué que no era necesario enviar más de dos a tres mil soldados armados porque los del pueblo de Hai eran pocos. Josué aceptó su recomendación sin saber que irían sin la ayuda de Dios.
En la batalla con los hombres de Hai, Israel fue rotundamente derrotado por la desobediencia de Acab. Todos los soldados huyeron delante de los de Hai y 36 mil perecieron. Además el ánimo y corazón fuerte del pueblo llegó a ser "como agua", se desvaneció.
Josué y los ancianos rompieron sus vestidos y echaron polvo sobre sus cabezas como señales de un luto profundo delante de Dios.
Estaban confundidos por la derrota en la pequeña ciudad de Hai después de la victoria espectacular de Jericó. Por lo tanto se presentaron delante de Dios en gran humildad y tristeza para recibir sus instrucciones.
Aunque fue la falla de un hombre, Dios lo vio como una desobediencia nacional a una ley. Dios exigía que toda la nación se comprometiera a la tarea que había prometido cumplir: conquistar la tierra. Si el pecado de Acán no hubiera sido castigado, se habría desatado un saqueo ilimitado.
El pecado de Acán no fue el simple acto de guardar algo del botín, sino la desobediencia al mandato explícito de Dios de destruir todo lo relacionado con Jericó. Su pecado fue la indiferencia a la maldad e idolatría de la ciudad, no simplemente el deseo de tener más dinero. Dios no volvería a proteger al ejército de Israel hasta que se eliminara el pecado y este volviera a obedecerle sin reservas.
La única esperanza para Israel era quitar de en medio de ellos el anatema. Para poder hacerlo, Dios mandó a Josué que santificara al pueblo.
El culpable debía ser quemado juntamente con toda sus posesiones. Su pecado había causado la muerte de treinta y seis soldados, y la justicia de Dios demandaban nada menos que la muerte del culpable.
Acán reconoció que había pecado contra Dios. Toda su familia fue apedreada y quemada junto con él, para que no quedara ninguna huella del pecado en Israel.
En ese lugar levantaron un montón de piedras como recordatorio que el arrepentimiento trae restauración.

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