sábado, 12 de noviembre de 2016

Leyendo... Deuteronomio capítulo 28


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LECTURA DIARIA:
Deuteronomio capítulo 28

Este capítulo contiene otra lista de bendiciones y maldiciones que dio el mismo Moisés durante una ceremonia de renovación de un pacto en la llanura de Moab. 
No es raro el procedimiento de insertar bendiciones y maldiciones en las secciones legislativas del Pentateuco; pero aquí esto se destaca más.
Israel sería elevado sobre todos los pueblos si sus miembros fueran fieles a los mandatos de Dios.
La prosperidad sería general, en las ciudades y en los campos, los rebaños se multiplicarían y, sobre todo, la descendencia del pueblo sería numerosa. La fertilidad del campo y la fecundidad de los ganados se deberían a la bendición de Dios y no a ningún otro dios.
Dios les daría también la victoria sobre el enemigo. El israelita prosperaría en sus caminos (en su entrar y en su salir). Los enemigos que fueran contra Israel en tropa compacta y amenazadora por un camino, tomarían precipitadamente la huida por siete caminos en plan de desbandada.
Israel sería el pueblo santo, es decir, el pueblo aparte que pertenecía sólo a Dios como su heredad, y sobre él sería invocado el nombre de Dios, y por eso todos los pueblos le temerían. Pero todo esto estaba condicionado a la fidelidad a los preceptos divinos. Israel mantendría así la superioridad sobre todos los pueblos, que le temerían y admirarán.
El incumplimiento de los preceptos divinos traería, por el contrario, sobre Israel la maldición de Dios con todas sus consecuencias, esterilidad, sequía, mortandad, enfermedades incurables y la derrota a manos de los enemigos, de forma que el pueblo escogido se vería obligado a emprender la desbandada por siete caminos.
Y, en lugar de ser objeto de admiración entre los pueblos, sería agraviado por todos los reinos de la tierra. Todos los bienes y seres más queridos pasarían a manos del enemigo. Y, sobre todo, Israel perdería su existencia como nación, siendo sus miembros dispersados en el exilio. Allí se verían obligados a adorar dioses de piedra y de madera.
La redención de Israel de Egipto y la elección de la nación para ser pueblo especial de Dios demandaban rendición a la voluntad de Dios y a la manera de vida que Jehová describe en las leyes y decretos que él había dado a Israel.
El Señor prometía bendecir a Israel pero esta bendición demandaba la obediencia del pueblo.
Quedaba bien claro que si Israel escucha diligentemente la voz de Dios y si ponía por obra todos sus mandamientos, Jehová prometía enaltecer la nación sobre todas las naciones de la tierra. Por el contrario, si las rechazaba la maldición recaería sobre ellos.

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