viernes, 11 de noviembre de 2016

Leyendo... Deuteronomio capítulo 27


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LECTURA DIARIA:
Deuteronomio capítulo 27

El monte Ebal era una localidad, situada a 48 km al norte de Jerusalén. Fue allí donde Abraham construyó un altar y escuchó de la promesa que en tiempos de los patriarcas hizo Dios sobre lo que más tarde sería la tierra prometida.
El Señor había especificado que se edificara un altar de piedras sin cortar de modo que el pueblo no empezara a adorar los altares como si fueran ídolos. El uso del cincel para cortar una piedra del altar equivaldría a profanarlo.
Esto serviría de recordatorio a Israel de su privilegio especial como pueblo escogido por Dios.
El mensaje conjunto de Moisés, con los ancianos, era algo poco común, ya que aquél acostumbraba a dirigirse al pueblo independientemente. Sin embargo, como Moisés no cruzaría el Jordán, sus palabras parecen destinadas a poner de relieve las futuras responsabilidades de los ancianos como líderes del pueblo. La responsabilidad específica de que aquí se habla consistía en la renovación del pacto sobre el monte Ebal, en la tierra prometida.
Moisés estaba revisando la ley con la nueva generación del pueblo.
El pueblo de Israel fue dividido aquí en dos partes. Sobre el monte Gerizim estaban colocados los descendientes de Raquel y Lea, las dos mujeres principales de Jacob, y a ellos fue dado la función más agradable y honorable, de pronunciar las bendiciones; mientras que sobre el monte mellizo de Ebal fueron puestos los descendientes de Zilpa y Bilha, con los de Rubén, quien había perdido la primogenitura, y Zabulón, el hijo menor de Lea; a éstos fue dado el deber, necesario pero penoso, de pronunciar las maldiciones
Las maldiciones eran una serie de juramentos, dichos por los sacerdotes y afirmados por el pueblo, por lo que este prometía mantenerse alejado de las malas acciones. Al decir Amén, “Así sea”, el pueblo se responsabilizaba de sus actos.
Las maldiciones eran doce, como el número de tribus, y se referían a faltas ya enumeradas en la legislación mosaica.
En general, se trataban de faltas contra Dios, contra los padres, contra la justicia y la caridad, pecados de lujuria, homicidio. La primera maldición aludía al segundo mandamiento; la segunda se refería al deshonor a los padres; la tercera se refería al cambio de los lindes en las propiedades; la cuarta aludía al que engañaba al ciego guiándole por camino extraviado; la quinta defendía los derechos de los desamparados, como el extranjero, el huérfano y la viuda; la sexta iba contra las uniones incestuosas con la mujer del padre; la séptima, contra la bestialidad; la octava, contra el incesto con la hermana; la novena, contra la unión incestuosa con la suegra; la décima, contra el que hería al prójimo; la undécima, contra el homicida que recibía regalos para matar a su víctima; la duodécima era general, pues iba contra los que no observaban la Ley.

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