sábado, 5 de noviembre de 2016

Leyendo... Deuteronomio capítulo 21


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LECTURA DIARIA:
Deuteronomio capítulo 21

El crimen anónimo echaba una mancha de sangre sobre toda la comunidad; se requería, por lo tanto, un acto de expiación comunitaria.

El procedimiento legal y religioso debía ser llevado a cabo por los ancianos y los jueces miembros del tribunal central, los ancianos de la ciudad que asumían esa responsabilidad, y los sacerdotes. La cerviz de una becerra era quebrada como señal del castigo que el crimen merecía.
Cuando se cometía un crimen y el autor del mismo huía, toda la comunidad cargaba con la responsabilidad. Casi de la misma manera, si la ciudad tenía una intersección peligrosa y alguien era asesinado ahí, la comunidad era responsable tanto de los daños como de las restauraciones. Dios estaba señalando la necesidad que tenía la comunidad entera de responsabilizarse de lo que sucedía alrededor de ellos y de corregir cualquier situación que pudiera ser potencialmente peligrosa, física, social o moral.
Dios permitía a los israelitas tomar mujeres cautivas en ciudades distantes, pero debían abandonar el paganismo y aceptar el judaísmo antes de casarse. No se explica la razón por la cual Dios permitía el divorcio si después la mujer no le agradaba al esposo.
La apropiación de mujeres cautivas parece una excepción a la ley tan reiterada de no tomar mujeres extranjeras como esposas.
Según las leyes de guerra de la época las mujeres formaban parte del botín de guerra. La prisionera pasaba de una nación a otra, y si hubiera muerto algún familiar cercano, debía hacer duelo durante treinta días, despojándose de cuanto era signo de su antigua nacionalidad. Con esto comenzaba una vida nueva en la nación israelita.
En el caso de que el marido israelita la repudiara, la dejaría libre, sin poder invocar sobre ella el derecho de guerra vendiéndola como esclava.
En el caso de tener dos mujeres, una amada y la otra aborrecida, se niega al padre el derecho de declarar primogénito al hijo de la esposa preferida en una sociedad en que estaba legalmente admitida la poligamia.
Los hijos desobedientes y rebeldes debían ser llevados ante los ancianos de la ciudad y luego apedreados hasta la muerte. No hay registro bíblico o arqueológico de que este castigo fuera alguna vez llevado a cabo, pero el punto era que la desobediencia y la rebelión no debían ser toleradas en el hogar ni se debía permitir que quedara sin corrección.
Entre todos los focos de impureza que la Ley reconoce, el cadáver era el primero, de forma que cuanto había en la casa o en la tienda donde moría alguno, quedaba, por lo mismo, impuro. En el caso del ajusticiado, la contaminación era mayor, pues era como un maldito de Dios.
Por eso se prescribe que se retirara al cadáver, lo que a la vez era un acto de humanidad y de respeto al muerto. Esta es la ley alegada por Nicodemo para obtener de Pilato el cuerpo de Jesús.

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