martes, 12 de febrero de 2019

Tiempo... Marcos 7. 1 - 7



TIEMPO DE REFLEXIÓN

 “Los fariseos, y algunos de los escribas que habían venido de Jerusalén, se reunieron alrededor de Él; y vieron que algunos de sus discípulos comían el pan con manos inmundas, es decir, sin lavar.
 (Porque los fariseos y todos los judíos no comen a menos de que se laven las manos cuidadosamente, observando así la tradición de los ancianos; y cuando vuelven de la plaza, no comen a menos de que se laven; y hay muchas otras cosas que han recibido para observarlas, como el lavamiento de los vasos, de los cántaros y de las vasijas de cobre.) Entonces los fariseos y los escribas le preguntaron*: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen con manos inmundas?  Y Él les dijo: Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo con los labios me honra,
pero su corazón está muy lejos de mí. “Más en vano me rinden culto, enseñando como doctrinas preceptos de hombres.”
Marcos 7: 1 – 7.

“Queremos obras y no palabras.” Esto es algo que comúnmente se dice para confrontar a alguien que se jacta de sus realizaciones, especialmente si no las ha demostrado con pruebas concretas.
Si la escena del Evangelio entre Jesús y los fariseos volviera a suceder el día de hoy, bien podía Jesús haberles dicho lo mismo a sus detractores. Estos fariseos conocían bien todas las reglas y normas para ser buenos judíos, pero no llegaban a ponerlas en práctica en el diario vivir de una manera que complaciera a Dios. Se preocupaban tanto de mantener limpios los utensilios que usaban para el culto que no se percataban de que Dios quería que también se purificaran el corazón y se arrepintieran de sus faltas.
Jesús les hizo ver esta situación señalando que algunos judíos buscaban detalles de la ley para eximirse de atender a sus padres ancianos.
¿Cuántas veces hemos caído nosotros en la misma trampa? ¿Tal vez hemos criticado en silencio a nuestros propios padres por tener hábitos que nos molestan? ¿O no les hemos demostrado el amor ni el respeto que ellos merecen?
El amor, en su esencia misma, pasa por alto las imperfecciones de los demás, para que nuestro hogar sea una morada digna del Espíritu de Cristo, donde todos se sientan amados y apreciados.
Si decimos que amamos a Cristo, no dejemos de reservar un tiempo de tranquilidad, libre de interrupciones, para dedicarnos a orar y darle la alabanza y el honor que merece el Señor. Si decimos que somos empresario, profesional o trabajador cristiano, no dejemos de tratar a tus empleados, subalternos o compañeros con respeto y dignidad. Si decimos que amamos a nuestra familia, busquemos una manera de demostrarles nuestro amor en la práctica, especialmente si hemos tenido diferencias con alguno de nuestros seres queridos. No seamos como uno de esos fariseos, que honraban a Dios con los labios, pero no de corazón. ¡Que la autenticidad de nuestras palabras se demuestre claramente en nuestras acciones!
Dios les bendiga abundantemente.

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