domingo, 10 de febrero de 2019

Tiempo... Marcos 5. 27 - 29



TIEMPO DE REFLEXIÓN

 “Y una mujer que había tenido flujo de sangre por doce años, y había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, sino que al contrario, había empeorado; cuando oyó hablar de Jesús, se llegó a Él por detrás entre la multitud y tocó su manto.
 Porque decía: Si tan sólo toco sus ropas, sanaré. Al instante la fuente de su sangre se secó, y sintió en su cuerpo que estaba curada de su aflicción. Y enseguida Jesús, dándose cuenta de que había salido poder de Él, volviéndose entre la gente, dijo: ¿Quién ha tocado mi ropa? Y sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te oprime, y dices: “¿Quién me ha tocado?” Pero El miraba a su alrededor para ver a la mujer que le había tocado. Entonces la mujer, temerosa y temblando, dándose cuenta de lo que le había sucedido, vino y se postró delante de Él y le dijo toda la verdad. Y Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción”.    Marcos 5. 25 – 34

En este pasaje hay una mujer, una mujer considerada impura por causa de una hemorragia que le duraba desde hacía doce años.
Según la mentalidad de la época, cualquiera que tocara sangre o un cadáver era considerado impuro. Tal vez por eso, la enferma de hemorragia procuró ocultarse de Jesús luego de haberle tocado el borde de su manto. No quería exponerse a un posible rechazo del Señor o de los demás. Además, sentía vergüenza, ya que por su condición, todos la consideraban “impura” y evitaban el contacto con ella.
Por lo que fuera, tras tocar a Jesús procuró ocultarse entre la multitud. Pero su intento fue inútil, porque Jesús percibió claramente que el toque de ella era diferente y supo que por la fe de ella el poder curativo había emanado de él.
A veces nosotros también queremos ocultarnos de Jesús. Por supuesto, lo hacemos sabiendo que es absurdo intentarlo, pues el Señor ve todo lo que hacemos y lo que necesitamos con la misma claridad con que ve todo lo que nos sucede a nosotros y a todos los demás.
Pero Jesús ve no solo las faltas ocultas que tenemos; también ve nuestras virtudes escondidas. Ve cada paso de fe, cada acto de servicio humilde, cada oración silenciosa que hacemos, y cada una de estas acciones son valiosas para él. Y así como Él elogia la fe de la mujer delante de la multitud, también nos elogia a nosotros cuando actuamos con fe. Y no solo eso, sino que nos prodiga más gracia aún como respuesta.
Él ya sabe lo que necesitamos y está deseoso de dárnoslo, así que no nos ocultemos de Él; no dejemos que el temor o la vergüenza nos mantengan alejados de nuestro Redentor.
Afirmemos nuestra confianza en su amor y su poder. Esperemos tranquilamente para que oigamos cuando nos diga: “Tu fe te ha salvado.”
Dios les bendiga abundantemente.

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